La posverdad remite a una mentira a medias que ataca el aspecto emocional del receptor. Su uso se ha generalizado gracias a las redes sociales. Los medios de comunicación tradicionales, en vez de paliar el efecto mentiroso de su uso, han abrazado la técnica, cayendo varias veces en la trampa de la mentira. El origen contemporáneo del término lo encontramos en la mención del bloguero David Roberts en un artículo de 2010. Sin embargo, conocemos al menos dos usos anteriores. En 1992, en el ensayo «The Nation» de Steve Tesich, el autor lo usa para calificar el mundo como de mentira en relación a la Guerra del Golfo o el Watergate. En 2004 Ralph Keyes acuña el término «era posverdad».
En 2016 el Diccionario Oxford eligió posverdad como palabra del año. La técnica copó buena parte de la comunicación política y estuvo presente en acontecimientos tan importantes como el Brexit, la victoria de Donald Trump o el referéndum por la paz perdido en Colombia. El discurso visceral, emotivo, estuvo a la vanguardia de buena parte de los acontecimientos acaecidos, creando una sociedad viral, que cuenta más el rebote en Internet que la veracidad de los argumentos. Otras voces, como la de Faride Zerán, apuntan a que la posverdad no es más que el periodismo mal hecho, las noticias falsas, intencionadamente o por mala praxis. Ante todo, la posverdad tiene como rasgos definitorios la utilización, a lo Goebbels, de la comunicación, que se confunde con propaganda, los usos orwellianos del discurso hegemónico y, principalmente, tocar la fibra sensible del receptor.
La palabra ha adquirido tanta resonancia que la RAE anuncia que este año entrará en el diccionario. El fenómeno requiere de receptores ingenuos. Hace poco tiempo, un grupo de personas crearon una iniciativa para paralizar la supuesta privatización de la GC-1, noticia que había ofrecido 12 minutos, una web de noticias falsas. Algo saben de eso los pibes de Batata News, cuyo texto sobre las presuntas placas solares de la casa de Soria, en pleno debate energético, levantó indignaciones aquí y allá. Jordi Évole quiso probar a su audiencia con un documental falso sobre el 23-F. Como ya hiciera Orson Welles con «La guerra de los mundos», Évole usó la técnica para demostrar que nos tragamos mentiras diarias sin comprobar ni dudar.
Todo esto viene a cuenta de la denuncia del presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, que afirma que la polémica de las microalgas ha saltado a escena política, junto con los vertidos no tratados al mar, por la posverdad. Nos ponemos en antecedentes. Microalgas en el mar, sobre todo de la costa tinerfeña. Primera posverdad, lo de microalgas nubla el verdadero término, las cianobacterias «Trichodesmium». Expertos institucionales indican que las causas del fenómeno son la falta de viento, las altas temperaturas y la calima. Otros expertos, por su parte, señalan a la influencia de los vertidos al mar en la proliferación de cianobacterias. Alguien miente o no dice toda la verdad. Tercera cuestión oscura: los expertos institucionales aseguran que el fenómeno no afecta a la salud pero recomiendan no bañarse. La respuesta venía suscitada por un informe del Banco Español de Algas en el que se alertaba de su posible afección a la salud, concretamente provocando cáncer. Esa fue otra posverdad. Luego el autor dijo que se refería a ratones.
Pero para oscuro, lo que esta polémica ha sacado a flote: los vertidos al mar. Unos vertidos que han conllevado sanción de la Unión Europea para la isla de Tenerife. Hasta tal punto llega la falta de previsión sobre este asunto en Canarias que la Viceconsejera de Medio Ambiente, Blanca Delia Pérez, no supo dar datos sobre el tema en un medio de comunicación el pasado mes de julio. Debió ser de las pocas sensatas que, antes de dar cifras contradictorias, no dio ninguna. La polémica llegó a Gran Canaria, donde el presidente del Cabildo, Antonio Morales, se desmarcó con la sentencia de que el 99% de las aguas que se mandan al mar en la isla son tratadas. Desde el ejecutivo de Clavijo respondieron que no era así, que el 71% de las aguas residuales de Gran Canaria se mandan al mar sin autorización administrativa. Ayer Nieves Lady Barreto expuso en el Parlamento que el 70% de los vertidos al mar en el Archipiélago no están autorizados.
Alguien miente, alguien está agarrándose a la posverdad, o está salvando su gestión usando las falacias virales que el mismo presidente denunció. Lo cierto es que en este tema el ejecutivo está acusado de al menos cuatro posverdades (que raro se hace el uso del término en plural) distintas. La mentira o al menos la media verdad, está saliendo demasiado gratis. Ahora no se reconocen los hechos y se actúa en consecuencia, dimitir es algo más que una especie de nombre ruso. Empero, en la era de la posverdad se rebate con otros datos que ocultan una verdad para dejarla en posverdad. Por desgracia los mentirosos salen indemnes. Pronto se desvía la atención informativa con otro tema, a veces hasta provocado. Las verdades son como los caballitos de fuego de La Laguna: pasan muchos y no sabes si son auténticos o si están inspirados en los «caballos fufos» de Tazacorte, como acusa algún medio.