Publicado originalmente el 5 de mayo de 2010
A lo mejor les suena Lorenzo Silva. Es un escritor que ha ganado cierta popularidad tras ganar el premio Nadal en 2000 y también en buena parte gracias a una serie de novelas policiacas protagonizadas por una pareja de guardias civiles, los agentes Bevilacqua y Chamorro.
Hace unos meses me leí la tercera de la serie, La niebla y la doncella, que me pasó una amiga vasca pensando que la encontraría especialmente interesante por algo más que la mera intriga policial: la novela está ambientada en Canarias.
En la red encontrarán varias reseñas literarias sobre la entretenida obra, de modo que no me extenderé. De lo que quiero hablarles es del minucioso y concienzudo trabajo de investigación y ambientación que llevó a cabo el autor para plasmar con toda fidelidad y riqueza de matices el marco en el que se desarrolla la acción, y que no es otro que la isla de La Gomera. Extraigo algunos ejemplos del propio texto:
Los canarios y el ritmo de trabajo
página. 80: […] Lo que más intensamente marcaba la diferencia era quizá el suave y cansino acento con que hablaba la gente, y sobre todo el ritmo al que se vivía y se trabajaba. Hubimos de aguardar fácilmente media hora, antes de que nos fuera dado ver en la mesa el primer plato de comida.
p. 81: -¿Son siempre así de lentos? -preguntó, inquieta, o quizá concentrando en esa cuestión un malestar ajeno a la parsimonia del camarero.
-No -repuso Anglada, sonriente-. Esto es Santa Cruz, donde actúan los camareros más rápidos de las islas. En La Palma son aún más lentos. Y en La Gomera ni te lo imaginas. Llegan a olvidarse de ti, como te descuides.
p. 165: […] Llegaron nuestras cañas. Chamorro me lo hizo notar, señalándose el reloj: quince minutos después de haberlas pedido.
p. 174: La comida nos salió barata y nos permitió saborear productos locales, siguiendo el consejo de Anglada, a quien el dueño del local conocía y trataba con gran deferencia. No llevó la atención, sin embargo, hasta el extremo de darse más prisa en servirnos de lo que allí era costumbre, por lo que el almuerzo nos ocupó casi dos horas […]
p. 205: […] de modo que escogimos tomar algo de pescado y beber cerveza. Como ya era habitual, tuvimos que esperar muchísimo.
Los canarios y el habla
p. 150: Pulsamos el timbre que había junto a la cancela exterior […] Una mujer surgió en el umbral.
-¿Qué desean? -preguntó, con fuerte acento isleño.
-Queremos hablar con el señor Gómez Padilla -dije-. ¿Está?
p. 151: […] apareció ante nosotros un hombre alto, al que conocía. Por fotografías, sólo, pero me bastó para identificarlo. [El ex concejal] Gómez Padilla nos observó, inmóvil, durante unos segundos. Luego, sin prisa, como quien acomete a su pesar, pero resignado, un deber molesto, echó a andar hacia nosotros. […]
-No les conozco -dijo al fin. En su habla había sólo un leve deje insular.
p. 176: Además, los correveidiles son iguales en todas partes. Aquéllos (sic) hablaban con el característico deje insular, y tenía un algo insólito que le dieran jabón, con la solicitud y falta de amor propio propias de su gremio, a una mujer como Anglada, que los trataba sin contemplaciones; pero ahí acababan sus peculiaridades.
De todos ellos recuerdo en especial a un tal Machaquito, un tipejo parcialmente desdentado cuyas respuestas, en buena medida, hubo de traducirme Anglada, del castellano pastoso en que el individuo daba en expresarse […]
[Machaquito] –Cliente, y de los primos, na más -sentenció-. […]
p. 177: [Machaquito] -Que no, doña Ru, que yo se lo digo a usía na más […].
[Machaquito] -Aquí no es la SIA, doña Ru. Yo sé lo que sé. Que a mí no me debía. Y del que le dio jierro, pues sé lo que todos […].
p. 195: -Voy a explicarte algo, Anglada, para ver si me entiendes. Yo nací en el mismo continente que esa mujer [Latinoamérica]
-Yo no sabía -se disculpó-. No tienes ningún acento.
Impresiones y apreciaciones varias
p. 31: -Muy bien, Vila -concluyó Pereira-. Ahí tienes tu toro, y a tu banderillera preferida. Sólo espero que te concentres en el bicho y que rehuyas la tentación. Quince días en Canarias son una ocasión inmejorable para perder el control con una chica joven […].
p. 175: Confieso que me halagaba un poco, notar que aquella mujer se preocupaba tanto por lo que yo pudiera pensar de ella; y que no ser capaz de distinguir si su voluntad de caerme bien tenía o no algún propósito extraprofesional, lejos de inquietarme, constituía una atractiva tentación. Pero supe reaccionar, al menos en aquel lance, como el caballero castellano de una pieza que por obvias razones nunca podré ser.
p. 213: […] Sin embargo, cuando Nava nos acompañó a Anglada y a mí hasta el coche, me reiteró sus excusas:
-Oye, perdona el número. Demasiado vino palmero. Aquí intentan convencerte de que es la hostia, pero a mí no me sienta muy bien.
p. 220: […] Comenzaba a habituarme al paisaje de la parte seca de la isla, a sus montes y desfiladeros de aspereza africana. Porque aquella isla acaso fuera en cierto modo ninguna parte, sólo idéntica a sí misma; pero si había que vincularla a algún continente, estábamos en África.
Resumiendo: los canarios somos exasperantemente lentos, desde luego cuando trabajamos. Tenemos un fuerte acento isleño, que se nota con sólo dos palabras: “qué desea”. Algunos llegamos a hablar un castellano pastoso que hay que traducir para que se entienda, algo que no se da, claro está, en las clases altas de la sociedad canaria, que sólo tienen un “leve deje insular”. Seguramente se lo podemos perdonar. Eso sí, la gente en la España central habla sin acento.
Canarias no es una parte de España a la que se puede ir en viaje de trabajo, Canarias y trabajo dan la impresión de ser conceptos mutuamente excluyentes, Canarias es un lugar propicio para los líos sentimentales. Menos mal que los caballeros castellanos son de una pieza y no sucumben a la tentación. Eso sí, por mucho que los canarios apreciemos nuestros vinos, el vino palmero es peleón, ¡que no nos intenten engodar!
Para terminar, Canarias está en África y parece África. Por si hay algún despistado. Añado de mi cosecha que entre todos los agentes de la guardia civil que aparecen en la novela sirviendo en Canarias, unos cuantos, no hay ni un sólo canario.
En fin, a estas alturas creo que se entiende a dónde quiero llegar. La novela, cuya valía literaria no es objeto de este artículo, se me atravesó malamente por la retahíla de estereotipos facilones, trasnochados y en ocasiones hirientes que el autor fue colocando aquí y allá para darle color a su texto. Todo en el peor estilo castellanocentrista, el único capaz de aludir en serio a la integridad del caballero castellano (¡!), o de asumir con toda candidez que los que hablan español con acento son los otros, o de ver en Canarias simplemente un lugar exótico de esparcimiento. Ya explicábamos en otra ocasión que la idea de España y lo español excluye completamente Canarias y lo canario, cosa perfectamente lógica y normal. Esta novela viene a corroborar aquella tesis nuestra.
Me pregunto qué acogida tendría una novela policiaca contemporánea de autor canario que se desarrollara en la España central, en la que se soltaran perlas como “se dirigió a mí con ese acento característico, seco y poco amistoso, de Castilla”, “mi compañera hubo de traducirme aquel castellano duro y atropellado” o “de nuevo tuvimos que vérnoslas con la habitual displicencia y sempiterna descortesía de los camareros”. ¿Se vería como las simples pinceladas de color necesarias para crear el trasfondo de la acción? ¿Causaría malestar? ¿Sería eso victimismo?