El fenómeno de las microalgas, el Caso Cheshire o el menor, pero también importante, cierre de la playa de Las Alcaravaneras en Las Palmas de Gran Canaria por la presencia de altos niveles de bacterias fecales ha convertido al mar en protagonista indiscutible del verano canario. A ello ha contribuido inestimablemente la tremenda enredina generada en torno a los dos primeros asuntos, cuya gestión por parte del Gobierno de Canarias ha sido como mínimo errática y una nueva muestra de su absoluta falta de liderazgo. Cuando no recomendaba nuestro Presidente un conveniente mutismo sobre las microalgas, era él quien hacía mutis por el foro mientras el Cheshire ardía y no estaban en absoluto claras las consecuencias ambientales del suceso. Admitir que las competencias de nuestro Gobierno sobre el asunto eran nulas no deja de ser uno de esos alardes de sinceridad que preocupan más que tranquilizan. Desolador ha sido también el panorama de responsables políticos y científicos contradiciéndose mutuamente acerca del alcance real de los riesgos derivados de la presencia de cianobacterias en nuestras costas. Aún hoy, reina la desinformación sobre el fenómeno. Cierta prensa sucursalista ha jugado irresponsablemente al alarmismo y la opinión pública, sobre todo en la isla de Tenerife, ha asistido atónita sin saber a qué atenerse en esta ceremonia de la confusión de playas cerradas al baño y otras abiertas con normalidad.
Hemos olvidado nuestro mar. Lo hemos convertido en vertedero y otros así lo han entendido también a juzgar por lo que se va sabiendo del cierre al baño de Las Alcaravaneras. Canarias tiene competencias limitadísimas, nuestras aguas interiores no son nuestras y sonroja ver cómo nuestro Gobierno tiene que enterarse del día a día del Caso Cheshire por Capitanía Marítima, que les informa vía Delegación del Gobierno. A este paso dispondrán de más información en la Cofradía de Pescadores de Vigo que en nuestro propio Gobierno, el cual también ha pecado de lentitud, falta de iniciativa y de ese carácter timorato que le caracteriza cuando tiene que ponerse firme frente al Gobierno de España. De la pesca ni hablemos. Somos un archipiélago extrañado, enajenado frente a un mar que nos rodea y nos contempla. Igual que no aceptamos una Ley del Suelo que mercantiliza nuestro territorio, convirtiéndolo en escenario de la depredación urbanística más suicida, no nos resignemos tampoco a lograr que un día el mar de las Islas sea otro más de los valores ambientales, cuya conservación corresponda a los habitantes e instituciones del Archipiélago y del que podamos sentirnos orgullosos, para disfrute de nativos y foráneos y herencia para los que están por llegar.