Un camión bien puede evidenciar muchas cosas. «Sea amable, vivimos del turismo» podemos leer en el vehículo de la empresa grancanaria Lavandería El Cardón. La frase no pide ser amable en general, con todo el mundo, sino de cara a la llegada de visitantes. La dimensión psicológica del turismo en Canarias se tiñe en ocasiones de pleitesía, un recurrente «Bienvenido Míster Marshall» que pretende exaltar una imagen idílica, de felicidad, por encima de todas las cosas. Una inercia que sobre-expone la imagen festiva, feliz y hospitalaria de los nuestros en una Arcadia de galería en la que participan a crear actores institucionales en colaboración con los grandes interesados en que todo esto no se rompa, los que manejan el negocio.
Ya definió muy bien ese aspecto Josemi Martín en Tamaimos. Martín define la sonrisa turística de «obligada como artificio para la felicidad ajena. En el descentramiento de nuestros gestores, la felicidad ajena siempre va antes que la nuestra propia. Hemos venido al mundo a sonreír a los demás, por más que cada vez tengamos menos motivos para sonreír». Estos días mismos hemos tenido un ejemplo perfecto para ilustrar el orden de prioridades en la acción política en Canarias. Con la crisis de las cianobacterias o microalgas, el presidente Fernando Clavijo pidió silencio ante este tema porque “otros destinos turísticos se pueden aprovechar del problema”.
Siguen viendo la llegada de visitantes como prioridad a nuestro medio ambiente y al disfrute de un pueblo de su propia naturaleza. En cuanto al motivo de la afloración de estas manchas, el gobierno niega que tenga que ver con los residuos mandados al mar. Contradice la tesis oficial Jesús Cisneros, doctor en Ciencias del Mar y profesor de Contaminación Marina y Oceanografía Costera en la ULPGC, que cree que las aguas residuales alimentan a las cianobacterias. Probablemente sea una simple pose turística o un paso adelante para no abrir el debate de los residuos que se envían al mar, que posiblemente también tenga mucho que ver con la presión sobre el territorio y la generación de residuos asociada a la actividad turística.
«Aquí no hay fobia», titula La Provincia en su portada del día de ayer. Todo es hospitalidad y bienvenida a los turistas, reza el diario de Editorial Prensa Ibérica. Los que quieren mantener el orden de cosas en el negocio turístico, también quieren blindar el discurso en los medios. Al no generalizarse el debate, el Gobierno de Canarias y el resto de instituciones importantes en Canarias, no mueven ficha, siguen eternizando el modelo. Cosa muy distinta a lo que está sucediendo en otros lugares. El Gobierno de Baleares ha puesto en marcha una iniciativa para limitar los pisos turísticos. El Ayuntamiento de Barcelona ha llegado a sancionar con 600.000 euros a la plataforma Airbnb. En estos lugares se han creado asociaciones vecinales en defensa de las personas que viven en el territorio y que piden un coto a las normas del turismo masivo que, opinan, «está matando a las ciudades». Ámsterdam, Brujas, Venecia o Roma van por el mismo camino de la regulación turística.
En una entrevista que Enrique Bethencourt le realiza a Agustí Colom, concejal de Turismo del Ayuntamiento de Barcelona, destaca que «el reto está en ver cómo somos capaces de que este turismo lo transformemos en un turismo que bajo el paraguas de la sostenibilidad tenga un menor impacto sobre la ciudad. Intentando maximizar lo positivo y minimizar los efectos negativos. Que, además, los beneficios que se generan se distribuyan socialmente, que repercutan en la mayoría social. Que lo hagan en el empleo, donde tenemos en el sector turístico una dura realidad de precariedad y bajos salarios. En definitiva, que los beneficios tengan un retorno hacia la ciudad y sus habitantes y que disminuyamos todo lo posible los impactos negativos». Aclara que «no se trata de traer más turistas, sino de plantearnos qué turistas queremos, cuándo han de venir, dónde se deben instalar teniendo en cuenta las zonas más o menos saturadas de la urbe». Contrastan estas declaraciones con los orgasmos cuantitativos que se trae entre manos la patronal en Canarias. Añadamos que en Barcelona se paga tasa turística, pero Colom insiste que las actuaciones deben ir más allá de esta tasa ampliamente rechazada en Canarias, y que allí ya se han puesto manos a la obra a la hora de poner coto al 40% de propiedades que se alquilan de manera ilegal para uso vacacional.
Las instituciones canarias no están por la labor de debatir acerca del modelo turístico, aunque las evidencias apuntan a que los récords están claramente influidos por las crisis en otras latitudes. Aquí, salvo contadas excepciones, lo dicho, el discurso está orillado. En el lado de los que se plantean un cambio, Nueva Canarias solicita en un comunicado medidas para evitar la masificación turística y que se regule por ley el alquiler vacacional. Somos Lanzarote por su parte ha apoyado en repetidas ocasiones la lucha de las Kellys por condiciones laborales y salariales dignas. En nota remitida el lunes, rechaza la agresión a una de las integrantes en una concentración y califica de “intolerable agresión e intento de silenciar a uno de los colectivos laborales más castigados por la deriva de la industria turística en Lanzarote y Canarias, que mantiene hoteles llenos al tiempo que se incrementa la precarización del empleo y aumenta el desempleo y la pobreza en la isla”. Las Kellys son la cara B del negocio turístico, pero solo una parte de esta enorme cara B en la que se integran colectivos de trabajadores que no se están movilizando, pese a tener condiciones laborales denigrantes.
«Cortoplacismo voraz»
Matías González, profesor de Economía Aplicada de la ULPGC, apunta sobre las condiciones laborales asociadas al turismo: “El fenómeno de los empleados pobres está creciendo en la actividad turística de la mano de salarios exiguos, horas no pagadas, trabajo informal, condiciones de trabajo deterioradas y estrés laboral que afecta a un elevado porcentaje de la población ocupada en la actividad. La avidez por aprovechar la bonanza en términos de entradas de turistas para recuperar márgenes empresariales, con escasísimo reflejo en las condiciones laborales de los trabajadores y trabajadoras, está provocando un deterioro del clima laboral que, de acuerdo con los estudiosos de este fenómeno, está incidiendo en la calidad percibida del servicio turístico”. Abunda que el turismo “ha devenido en punta de lanza de la quiebra de la cohesión y el aumento de las desigualdades”.
Todo esto lo cuenta en una entrevista. González indica que es una actividad ajena a la iniciativa interior. En los 60 fuimos «descubiertos» como destino de invierno por los turoperadores europeos. En ese momento cambió el monocultivo. El turismo ofreció niveles de vida y desarrollo que no se habían conocido anteriormente. Para un pueblo acostumbrado a sobrevivir, aquella expansión ligada a la construcción supuso el aumento del nivel de vida de poblaciones pobres que se dedicaban a la agricultura y la aparcería. En el anhelo de aquel desarrollo, que, a los hechos me remito, quebró, radica la falta de puesta en tela de juicio de este modelo turístico. Ahora, cuando los sueldos han menguado, y a la vuelta de los estragos de la crisis, nuestro pueblo resignado entona el «esto es lo que hay».
Precisamente también trata este cortoplacismo González, que achaca las tensiones sociales y medioambientales “a la ignorancia y al cortoplacismo voraz”. A su vez, pide alejarse de ese modelo y apuesta por experiencias turísticas con más valor y que se cuente la calidad del turismo y no la cantidad de turistas. “El objetivo último ha de ser el de que el turismo contribuya a mejorar de forma duradera las condiciones de vida de la sociedad canaria”, explica. Y conseguir esto con una apuesta integral por la sostenibilidad. No es turismofobia, un término inventado por los mass media para criminalizar el rechazo a que las poblaciones locales hayan sido arrimadas en beneficio de un turismo masivo. Se trata de definir, entre todas y todos, cómo este turismo puede servir para vivir, con todas las letras, de él.