A la publicidad no debe exigírsele que sea el fiel retrato sociológico o etnográfico de un pueblo. No es ésa su misión sino la de conseguir que un producto determinado, también una idea, unos valores… se hagan populares y conseguir su éxito, como quiera que éste se manifieste. No pediremos por tanto a Dorada que nos retraten como somos, con nuestros lamentables indicadores socioeconómicos en tantos aspectos, las penosas condiciones laborales de tantos canarios, los complicados desafíos medioambientales que soportan nuestras islas, etc. Sin embargo, sí nos creemos en el deber de pedir a esta compañía cervecera, aunque no de capital canario, sí de profundo arraigo en las islas, niveles de responsabilidad mayores que los que podemos observar en su última campaña publicitaria veraniega.
No aludimos, por supuesto, a la factura del spot ni a otros detalles técnicos, asunto de entendidos. Queremos denunciar aquí la banalización de una sociedad entera, que queda retratada con los tópicos habituales que han acabado por convertirse en un lastre disfrazado del típico buenrollismo: la lentitud, el buen clima, la falta de preocupaciones, el mojo en las venas, el pastiche sudamericano en forma de batucada, un acento exagerado que tan bien camuflan o directamente suprimen cuando toca anunciar “cosas serias” y un sinfín de lugares comunes que perpetúan la idea de que en Canarias la gente está permanentemente despreocupada, sin problemas de ningún tipo.
Es propio de situaciones coloniales. Como explicara Manuel Alemán, en la dialéctica opresor/oprimido, colonizador/colonizado, al segundo siempre le toca el papel de «inepto, ineficiente, lento», en la variante canaria «aplatanado», para justificar la necesaria presencia del primero, que todo lo sabe y todo lo resuelve. También a los boricuas les colgaron el sambenito de “qué bueno es vivir aquí, contento y sin trabajar”. Comprenderán entonces nuestros lectores que en este semanario nos rebelemos ante tanta tontería. Por muchas razones pero, sobre todo, por el enorme respeto que nos merecen tantos canarios y canarias que sobreviven en el malestar canario, trabajando largas jornadas por unos sueldos de miseria, mientras unos pocos están gozando de lo bien que a ellos les va. Maldita la gracia.