La arqueología canaria comparte algunas de las características más comunes de la arqueología a escala mundial: la aproximación histórico cultural es la clave metodológica y la base para generar teorías locales (con un importante acento nacionalista); el uso de la arqueología con fines nacionalistas; y la tendencia a relacionar aspectos clave de la investigación arqueológica con las condiciones y demandas políticas existentes. Asimismo, desde el punto de vista de la gestión patrimonial, la arqueología canaria forma parte de la era de la globalización, que se define, entre otros aspectos, porque la ideología occidental controla la gestión del patrimonio arqueológico mediante el análisis y la interpretación de este tipo de patrimonio para adaptarlo a una visión occidental de la cultura.
El discurso colonial europeo que ha impregnado a la arqueología en otros contextos indígenas (Australia, África, etc.), también está presente en el caso canario. En este sentido, la arqueología imperialista desarrollada en las Islas Canarias durante el siglo XIX estuvo claramente condicionada por la política colonial francesa y alemana en el norte de África y por las propias aspiraciones imperialistas francesas y germanas sobre Canarias. Ello llevó a entroncar el primer poblamiento de Canarias con la prehistoria europea, con la raza de Cro-Magnon, con poblaciones “blancas”. Debido a su emplazamiento geoestratégico en relación con el vecino continente y con la expansión hacia el Atlántico sur, Canarias se convirtió en una pieza clave en la política imperialista de países como Francia o Alemania. Y este hecho aseguró el intervencionismo científico francés y alemán en los estudios arqueológicos canarios.
Con posterioridad, durante buena parte del siglo XX (1939-1975) y coincidiendo con el régimen franquista, el enfoque colonial se mantuvo intacto, aunque los primeros pobladores de Canarias fueron entonces relacionados con la cultura prehistórica “hispana” (Ibero-mauritano e Ibero-sahariano), territorialmente emplazada en las posesiones coloniales españolas en el norte de África. La unidad nacional del Estado español (incluida Canarias) y las aspiraciones africanistas del régimen, llevaron al uso de la arqueología fuera de los círculos académicos para validar las aspiraciones nacionalistas y colonialistas. Es decir, durante la consolidación de la nación durante el régimen de Franco, incluso las culturas arqueológicas (caso de la de los indígenas canarios) fueron incorporadas en el proyecto común para argumentar la existencia de una unidad nacional desde tiempos prehistóricos. El carácter no hispano de los restos arqueológicos hallados en las Islas Canarias fue sencillamente ignorado, cuando no interpretado de diferente manera.
El comportamiento del Estado, en relación con las sociedades canarias extinguidas, era comparable con el desplegado en las colonias exteriores, pero a partir de una ambigüedad irresoluble: los indígenas eran vistos como culturas primitivas, pero al mismo tiempo eran considerados como los ancestros culturales de las esencias de la nación.
En síntesis, a pesar de las raíz amazigh, norteafricana, los estudios arqueológicos desarrollados en Canarias desde mediados del siglo XIX y durante la dictadura de Franco, insistieron en el supuesto origen europeo de los indígenas canarios, así como en su relación con las grandes culturas europeas.
Esta mirada arqueológica sigue impregnando hoy en día, en pleno siglo XXI, algunos aspectos de la visión del pasado indígena en Canarias. Podríamos decir que tenemos nuevos imperios, posmodernos, pero sin colonias, dotados de sus propias estrategias de conocimiento y poder. En este sentido, el papel del patrimonio ha estado íntimamente involucrado en la construcción y en el refuerzo de las identidades nacionales y étnicas y, paralelamente, en el mundo poscolonial ha propiciado el desarrollo de proyectos que todavía legitiman la ocupación colonial.
La gestión del Legado… pero ¿qué Legado?
Las Islas Canarias forman parte de un área geográfica políticamente controlada por un país lejano, un vestigio de un pasado imperio, un territorio nacional en el continente africano. Es decir, un territorio de ultramar como los DUM franceses (Guadalupe, Guayana, Martinica y Reunión) considerado por la Unión Europea como Región Ultraperiférica (RUP). La propia ubicación geoestratégica del Archipiélago canario en el Atlántico ha contribuido a reforzar históricamente la concepción de las islas como posesión ultramarina de España, como enclave estratégico en relación con el vecino continente africano. Estos factores, sumados a la prácticamente nula renovación teórica en el seno de la arqueología canaria y al uso político del pasado con fines “nacionalistas”, permiten entender, en gran medida, por qué aún hoy en día se mantiene vivo el discurso colonial en las Islas Canarias.
Con el paso del tiempo, este enfoque ha lastrado la gestión del patrimonio arqueológico hasta nuestros días. En este sentido, el caso canario permite revelar el peso que la tradición tiene en la actual gestión del patrimonio arqueológico, con interesantes contradicciones: el patrimonio monumental, histórico, ocupa un lugar preponderante, frente al patrimonio no monumental, el indígena, previo a la conquista y colonización europea. Un ejemplo evidente de esta tendencia lo encontramos, por ejemplo, en el registro de Bienes de Interés Cultural (BIC) con que cuenta la Comunidad Autónoma de Canarias, es decir, a partir de la máxima figura de protección y de reconocimiento que concede la Ley 16/85 de 25 de junio del Patrimonio Histórico Español, así como el artículo 62.2.a) de la Ley 4/1999, de 15 de marzo, de Patrimonio Histórico de Canarias (LPHC). En nuestro archipiélago, los BIC históricos declarados con las categorías de Monumento, Conjunto Histórico, Sitio Histórico o Jardín Histórico, por citar algunas de las tipificaciones de bienes inmuebles que contempla la LPHC, superan numéricamente, de forma rotunda, al conjunto de BIC declarados con la categoría de Zona Arqueológica, pertenecientes a la etapa indígena. Los esfuerzos desarrollados desde la administración competente han concedido especial protagonismo al patrimonio histórico, en especial a la arquitectura religiosa, civil y militar (puede verse al respecto la página web: https://www.gobiernodecanarias.org/cultura/patrimoniocultural/bics/index.html).
En una isla como Gran Canaria, donde los esfuerzos desarrollados en los últimos decenios han posibilitado una gestión positiva del patrimonio arqueológico ínsulo amazigh, se registran 30 Zonas Arqueológicas y 42 Monumentos Históricos, es decir, existe una cierta proporcionalidad entre el volumen de bienes patrimoniales que pertenecen a etapas históricas y a realidades culturales distintas. Sin embargo, en otra isla capitalina, como es el caso de Tenerife, el número de Zonas Arqueológicas asciende a 26, frente a 105 Monumentos Históricos. El acento de la gestión patrimonial en este caso se ha centrado en la declaración como Bien de Interés Cultural de elementos como las iglesias, capillas, palacios, catedrales y castillos, siendo esta también la tendencia registrada en el resto del Archipiélago canario.
Desde este punto de vista, la arqueología es fundamental para la identidad cultural y la construcción de la nación, ya que crea el patrimonio cultural, así como la combinación de objetos tangibles (sitios, paisajes, estructuras y artefactos) y valores intangibles (ideas, costumbres y conocimientos que le dan sentido) que analizan los arqueólogos. A partir de estas coordenadas, el patrimonio puede verse no sólo como un discurso global, sino también como un discurso globalizador que posibilita la promoción de la idea de patrimonio como algo material y auténtico. Es decir, el patrimonio ocupa una posición dual: es a la vez causa y efecto de la globalización cultural.
En suma, el caso de Canarias refleja claramente lo difícil que resulta producir conocimiento local en el contexto de la globalización, especialmente en un marco en el que el patrimonio sigue siendo utilizado para mantener vivos en el tiempo los grandes relatos históricos de Europa, las tradiciones occidentales. Frente a esta tesitura, el gran reto pasa por transformar los planteamientos hegemónicos mediante estudios detallados de caso, que usen las herramientas metodológicas y teóricas a nuestro alcance, a partir de visiones basadas en la experiencia local (política y científica). Asimismo, es necesario deconstruir el discurso colonial y evidenciar cómo el curso de la historia y las políticas del pasado aún tienen una influencia crucial en la forma en que la arqueología contemporánea interpreta y gestiona el patrimonio.
Una arqueología descolonizada debe incidir en temas como la construcción social del patrimonio arqueológico y cultural, la revitalización del legado tradicional e indígena y la historia y el papel de los museos, las colecciones y los criterios a partir de los cuáles se crean esas colecciones. Debemos hacernos preguntas tales como: ¿qué implica acceder al conocimiento y a la interpretación de determinadas culturas por parte de investigadores ajenos a esas tradiciones culturales?, ¿quién tiene acceso a este conocimiento?, ¿cómo es el discurso contemporáneo sobre el mundo indígena, frente al desarrollado en centurias pasadas? Y estas preguntas, obviamente, deben formularse sin obviar que somos un entorno natural y arqueológico africano, emplazado en los márgenes de Europa.