Deben quedar muchas flores y sus pétalos en los espacios que ayer se usaron para felicitar a las mujeres. La memoria de décadas viendo pasar los 8 de marzo, me da una imagen bastante detallada de las flores, las felicitaciones, las charlas motivacionales, la sorna de algunos, la sonrisa inocente de algunas, el no saber qué contestar de otras, la furia de las que no le aguantan nada a nadie, la paciente combatividad de las que han transitado los caminos del coraje y están en otro momento de sus vidas, las columnas, los memes, las lecciones que se construyen en los pequeños actos de todo el día y los temblores que se provocan desde manifestaciones y actos de desobediencia civil.
Las flores de ayer son las mismas que nos llegan el día de San Valentín y el Día de las Madres. Son de esos homenajes que perturban a las mujeres que reconocemos en ellas la muerte, la pobreza y la infelicidad que sirven de abono a la tierra desde la cual nos llegan. Vemos en las flores de ayer la reiteración de la imagen de fragilidad que se nos endilga por ser mujeres. Vemos la idealización con la cual nos compara la gente de nuestro entorno. Nos quieren acicaladas, sonrojadas con los halagos, silenciosas, sacrificadas y amorosas. Nos quieren como algunas de nosotras se quieren a sí mismas, acomodadas de manera exclusiva en el lugar de madres, esposas y trabajadoras con dobles y triples jornadas asumidas con agradecimiento.
Las flores de ayer aún deben estar adornando escritorios. Quién sabe cuánto durarán. De la misma manera, las felicitaciones vacías todavía vuelan en ondas sonoras que chocarán con algún puño, alguna carta de despido en el gobierno, un cheque más pequeño para alguna pensionada o el cristal de recepción de alguna oficina médica en la que le nieguen servicio a una de las flores-mujeres de ayer.
Las flores de ayer son como las flores que acompañan la muerte en tantas culturas en las que una mujer muerta vale en proporción a la manera en que se haya ajustado al sistema y cumplido con las expectativas del padre, la madre, el marido y los hijos. Llueven flores para las más sufridas y el silencio se hace denso en torno a ellas porque nadie quiere hablar de las renuncias, el maltrato y su pobreza.
¿Cuánta belleza puede encerrar una flor? Infinita belleza. Contrario a las flores de ayer, hay tantas otras flores en otros tantos días… Las flores que nos alegran el día, las que agradecen, las que son mensajeras de esperanza, las que adornan las mesas de trabajo que acumulan ideas, estrategias y luchas que luego se derraman por la vida de nosotras mismas para hacernos más fuertes, más solidarias y más libres.
Ayer no pasaron flores por mis manos. Mejor que flores, recibí a través de mis manos inquietas las noticias en redes y en medios digitales de todo lo que movieron otras manos en Puerto Rico y el mundo para visibilizar las desigualdades que nos siguen matando, restando dignidad, sumiendo en la pobreza y excluyéndonos del poder. Sí se me inundaron los brazos de abrazos a otras mujeres y hombres que alimentaron mi día en los distintos espacios de lucha y reflexión que transitamos en colectivo.
Las flores de ayer se marchitarán. Como se marchita el patriarcado con cada vuelta al sol que da la humanidad. Como se marchitará el machismo que se alimenta de las entrañas de hombres y mujeres que todavía no entienden de lo que hablamos ayer, pero ya lo entenderán, y verán y lucharán como nosotras.
Las flores de ayer, desprendidas de la tierra, no tienen forma de crecer más. Pero las semillas que hemos sembrado por siglos, con paciencia, con amor y con la persistencia de quienes saben que están a cargo de una tarea preciosa y necesaria, germinarán. Nuestras semillas germinarán, crecerán, se enredarán con las ramas fuertes y dignas de los árboles que otras sembraron antes que nosotras y también florecerán, darán frutos, se harán infinitas como las consignas y cánticos de esperanza y lucha que ayer paralizaron a Puerto Rico y el mundo.
Las flores de ayer se olvidarán. Las de nosotras son parte de la historia.