La anécdota que paso a relatar es cierta. Lo juro. De pe a pa. Y que, por lo menos a mí, siempre me ha dado qué pensar. Tengo un amigo que toca en un grupo de rock de largo recorrido, natural del valle tinerfeño de Güímar, llamémosle de aquí en adelante con las iniciales F.V. De constitución medianamente hercúlea, siempre ha hecho gala de un carácter benévolo. Lo cierto es que, no sé muy bien en qué etapa de su juventud, cayó en las redes de cierta sustancia estupefaciente que en 1897 fue sintetizada y comercializada por la casa alemana BAYER (sí, hombre, la del Redoxon) bajo la denominación “HEROIN”, la cual causó estragos en el valle sureño bien entrado el presente siglo.
Su padre, natural del pueblo de Los Silos, en el lado opuesto de la isla picuda -que se las veía venir-, aprovechando que aún disponía en esa localidad de un solar familiar compuesto de una casita de campo rodeada por una finca de plátanos, pensó en mandar a su hijo una buena temporada a la misma como medio para alejarlo de tan pernicioso ambiente. Por el camino, éste conoció en el Puerto de la Cruz a una joven natural de la castellana villa de Madrid que compartía con él el nefasto hábito. También un servidor llegó a conocerla: era una joven despierta, ideas avanzadas y pintas de punki que había recalado en esta ínsula con idéntica intención de cambiar de aires a fin de vencer la lacra narcótica. La extrema delgadez que mostraba hizo que a poco de llegar ya se la conociera con el alias de “la flaca”. No se sabe si por mor de ese objetivo común o por un flechazo de Cupido, ambos jóvenes decidieron establecerse en la referida finca silense y allá que se fueron con un “mono” de aquí te espero como único equipaje.
Nada más arribar a la comarca, el paisanaje local los recibió en su mayor parte con indiferencia y el resto, compuesto por los elementos más garrulos de la misma, con indisimulado rechazo. Por lo que respecta al recién llegado, en vista de su corpulencia, aquellos bien se abstenían de demostrársela, mas en el caso de la moza, no se privaban de obsequiarla con un aluvión de piropos tales como “goda hedionda”, “puta drogadicta” y otras lindezas.
Una noche de julio de 2010 especialmente asquerosa, la pareja decidió acercarse a un bar que solían frecuentar con el fin de agarrarse una borrachera respetable que les ayudara a combatir el insomnio típico de la abstinencia opiácea.
Ya por el camino ambos notaron algo raro en el ambiente, pero ni de lejos estaban preparados para lo que el destino les tenía deparado:
-¿Qué es lo que pasa hoy? –preguntó F.V. a un parroquiano que fuera del bar encendía un cigarrillo.
Éste, mirándole como a un mono verde, le contestó:
-Es la final del mundial que juega España.
-Pues qué bien… vamos a echar una garimba.
Al traspasar la puerta de la vinatería se dieron de bruces con una masa abigarrada de lugareños que abarrotaba la misma totalmente hipnotizada con el electrodoméstico por excelencia que reproducía las evoluciones de 22 millonarios pateando una pelota y ocasionalmente sus propias pantorrillas. La entusiasta clientela hallábase empavesada con algunas bufandas coloristas en las que destacaba la leyenda “España”, completando el vómito un par de banderas de Franco sin gallina (constitucionalistas, como las llaman los modernos).
-Pónganos dos cervezas –gritó la flaca para hacerse oír en mitad de un pandemónium ensordecedor. De milagro se las sirvió el barman, que no apartaba ojo del jodido televisor.
Los recién llegados flipaban ante la conducta del personal que aullaba, maldecía y pretendía redirigir tácticamente a un equipo de fútbol que evolucionaba en pleno Johannesburgo desde un bareto de Buenavista del Norte.
Y se suponía que los DROGADOS eran ellos.
Entonces se desató la de Dios es Cristo.
Gol de Iniesta en la prórroga.
La virgen.
El delirio: El garito completo, como impulsado por un resorte, se levantó al unísono desgorrifándose por el suelo tapas, botellines y vasos y empezó a berrear enloquecido: “¡España, España, España!” Era digno de ver a aquellos tipos de La Isla Baja, algunos a lágrima viva, abrazándose y besándose como si les hubiera tocado la mismísima Lotería del Niño. Unos instantes más tarde, el árbitro pitó el final del partido y la escuadra metropolitana se hizo con su primera Copa del planeta, dejando a Holanda, un país donde el salario mínimo interprofesional es cuatro veces superior al nuestro, hundido en “la miseria.”
APOTEÓSICO.
En ese momento, La Flaca, ahíta ya de tragar bilis, sacó fuerzas de donde no tenía y bramó sobre el bullicio general lo que le corroía el alma: ¡OIGAN, QUE SE SUPONE QUE LA GODA GEDIONDA AQUÍ SOY YO!
Miguel Díaz, «La Zurda»