Son tiempos de buenos deseos, de caridad. Los actos solidarios se reparten por toda Canarias. Eventos que solicitan juguetes para los niños, fondos para la lucha contra el cáncer, contra el abandono animal… Todos tienen algo en común: sustituyen a la acción gubernamental y tapan agujeros que la Administración ha olvidado. Algunos, como el concierto solidario de mañana en Agüimes que busca recaudar fondos para que el estudiante Samuel Martel pueda continuar sus estudios, exponen sin tapujos que están cubriendo un problema que las instituciones no atajan. Que haya estudiantes que en pleno siglo XXI no pueden estudiar por problemas económicos, debería avergonzarnos a todos. Otros, en cambio, son organizados por votantes, afines o incluso militantes de partidos que recortan derechos sociales. La pescadilla que se muerde la cola, apelan a la solidaridad para conseguir dinero para un derecho que ha sido suprimido, recortado o bloqueado por el partido que apoyan. Una conciencia putrefacta que define a los valedores como auténticos hipócritas.
Dicha actitud la definió muy bien el cineasta español Luis García Berlanga en «Plácido». En una pequeña ciudad arranca la campaña navideña «Siente un pobre a su mesa». La burguesía ociosa y con la conciencia intranquila, planea saciar su caridad cristiana sentando un pobre a cenar en Nochebuena. Durante el film podemos ver que, más que una actitud dadivosa y generosa, la iniciativa esconde una profunda hipocresía. El franquismo acogía con agrado los actos de caridad. Con ellos no se pone en duda los déficit del sistema y se perpetúa la desigualdad. En nuestro tiempo todo gira alrededor del mismo concepto y difícil es encontrar planteamientos que pongan en duda la lismona como sistema para paliar los problemas de nuestra sociedad.
La conclusión es sencilla: si hay que aportar dinero para la lucha contra el cáncer, es que el sistema público de salud no atiende el problema suficientemente, si hay pobreza extrema en niveles preocupantes como en Canarias, es que el mercado laboral no es capaz de absorber ese contingente humano desemplado en niveles tan altos y los servicios sociales son irrelevantes, si una asociación tiene que recaudar fondos para pagar la matrícula de un estudiante, es porque el sistema de becas es injusto y porque las matrículas tienen un precio desorbitado, si un niño no tiene juguete en el mundo occidental, donde otros los amontonan, es que la sociedad está enferma.
A todo esto añadamos un aspecto más: la limosna no pone en tela de juicio la injusta pirámide social actual. La desigualdad en Canarias ha aumentado desde el arribo de la crisis. Así lo afirman, entre otros, un estudio del Colegio de Trabajadores Sociales de Las Palmas y Reddescan del año 2015, que cifran en un 12% el aumento de la desigualdad. Recuerden aquel proverbio chino que dice «regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enseñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida». En Canarias estamos cansados de pescados prestados, ofrecidos por nuestros semejantes.
Sin embargo, ¿qué ejemplo puede dar un gobierno como el nuestro? En un país donde la norma institucional es pedir dinero, carreteras, subvenciones, regímenes especiales… que sufraguen la incapacidad para generar esos servicios desde aquí, lo lógico es que el pescado se regale y no se enseñe a pescar. Tras más de 20 años de gobierno nacionalista, la caña sigue guardada y el «nacionalismo» se desgañita en Madrid pidiendo pescado, mejor si es atún rojo. Ese es el mismo gobierno nacionalista que se mantendrá en el poder en minoría, así son las cosas. Buenos tiempos para la caridad, malos tiempos para la dignidad.