La voz de la radio del norte palmero, nace en el barrio garafiano de Franceses y lleva por nombre Cecilia Rodríguez. ¡Y a sus 37 años tiene bastantes cosas que contarnos!
Cecilia siempre ha tenido claro qué es lo que quiere hacer, por qué quiere trabajar. Lo tenía tan claro, ¡incluso sin ser del todo consciente! Quería contribuir a la memoria rural, fuera en el formato que fuera. Aunque esto vendría con el tiempo, por eso de que en la vida a veces damos muchas vueltas… y es que para llegar a convertirse en una militante por la memoria, Cecilia tendría que tumbar sus propias barreras; como ella misma dice: “el complejo de ruralidad”, “ser mujer y querer dedicarte a una profesión de hombres” y “la timidez”.
Ahora gestiona la Radio Municipal de Garafía, hace los carteles, organiza eventos culturales, vamos, es un terremoto de autónoma que lucha desde la precariedad por sobrevivir de la cultura en un contexto rural de una isla no capitalina del Atlántico.
Pero la fuerza de Cecilia es muy grande. Ya lo era cuando con doce años, “con el dinero que me dieron abuela y abuelo por Reyes, fui a los indios de Santa Cruz de La Palma y me compré una cámara: ¡quería ser fotógrafa!”. Con esa primera fuerza instintiva empezó a fotografiar la memoria. Primero los campos de lino que sus padres plantaron por medio de una subvención que existió para recuperar el cultivo: “tenía unas flores preciosas”. Luego los retratos de sus familiares y después sus amigos de Franceses.
Era muy niña pero no se sabe bien por qué soñaba con irse a Tenerife para hacer la FP de Imagen y Sonido. Las voces adultas le sugirieron aplazar los sueños y continuar con el Bachiller.
En aquel entonces las y los niños de Garafía, como sucede en muchos contextos rurales y alejados de los servicios, para cursar el Bachiller debían irse a vivir bien a la Escuela Hogar o a casa de algún familiar. “La conexión de transportes no era muy buena, se tardaban dos horas y media en llegar al instituto de Santa Cruz de La Palma”. Así que esta fue la primera vez que Cecilia hizo la maleta. La segunda sería para ir a Tenerife con el objetivo de estudiar Bellas Artes, “era la carrera que se parecía más a lo que yo quería, aunque vimos poco de fotografía y mucho menos de audiovisual y ya ni hablar de sonido. Aún así no me arrepiento, lo mejor fue la gente que conocí”.
Después enganchó un trabajo tras otro: “al mismo tiempo que estudiaba la carrera, trabajaba de extra en restaurantes y en un centro de acogida inmediata con menores. Porque también hice un curso intensivo de animación sociocultural. Por aquel tiempo me fascinó el arte terapia”. Pero tras esta etapa, Cecilia vuelve a agarrar la maleta.
Dicen que cada generación se enfrenta a procesos coyunturales distintos; puede ser, no lo sé. Lo que parece ser cierto es que los ciclos de la historia, con sus matices, no paran de repetirse. Las migraciones nos acompañan en Canarias prácticamente desde la Conquista, así que Cecilia, como tantas otras, también tuvo que meter sus sueños en una maleta. Tocaba marcharse, aprender inglés era un buen objetivo y el destino fue Reino Unido. “La llegada fue muy dura, no sabía ni los números en inglés, pero tuve mucha suerte. Gracias a la ayuda de otras personas pude encontrar trabajo y casa. ¡Aunque llegué a trabajar hasta 60 horas semanales!”
A pesar de las dificultades “cuesta mucho integrarse, aunque a veces las personas, cuando somos inmigrantes, nos hacemos familia y nos ayudamos entre nosotras. Los ingleses e inglesas pasan a un segundo plano y vas haciendo tu vida”. Fueron pasando los días, meses, años… y “me quedé más de lo previsto en Inglaterra porque la vida te abre nuevos caminos. Conoces gente, gente de todos los países, empecé a viajar… Después todo el mundo me decía que era mala idea volver porque todo estaba fatal”.
Hasta que llegaron sus dos hijos y ahí Cecilia sintió la llamada de su isla y pasó a la acción. Volvió a La Palma. Quería criar a sus hijos en la misma ruralidad en la que ella creció. “El tema de por qué regreso tiene que ver con mi ruralidad. Quería que mis hijos tuvieran una infancia en el campo, que supieran lo que es una cabra, de dónde viene la leche, cazar lagartos y no estar todo el día dentro de la casa. Aunque los niños en Reino Unido hacen un montón de cosas… Pero la playa, el monte, la gente, la libertad, no es igual o por lo menos para mí no lo era”.
El regreso, a pesar de los sueños idílicos, no fue un camino de rosas. “La llegada fue complicada, sola y con dos niños, uno de dos años y otro recién nacido. Empecé a trabajar. ¡Imagínate, con un bebé muy pequeño! pero tenía que tomar ese tren porque justo me ofrecieron llevar la radio de Garafía. Así que salía a las seis y media de la mañana de Franceses con los niños, les daba el biberón y el pecho en el coche y los llevaba a la guardería”.
Y así es como esa niña tímida y soñadora, que hacía postales de su entorno, se hizo mujer en el mundo para regresar a dar voz a las memorias de su pueblo. Y aunque Cecilia nunca descarta volverse a marchar (es una mente muy inquieta), también tiene presente que si lo hace “será siempre con la idea de volver y seguir aportando a este mi lugar”. Porque ahora es más consciente que nunca, quizás por haberlo experimentado en carne propia, de la necesidad de trabajar la autoestima de lo rural, de las rurales.
“La gente que ve desde fuera el mundo rural solo ve lo bueno, ve la postal. Sin embargo la gente que lo ve desde dentro solo ve lo malo, se echan en falta las cosas que tienen los lugares más poblados. Desde dentro tenemos que aprender a ver también lo bueno, a valorar más la libertad y la tranquilidad que nos ofrecen lugares como Franceses”.
Será por todo lo que nos ha contado o por la gran responsabilidad que siente por las oyentes, “siento una gran responsabilidad por las oyentes de la radio. Todas están pendientes de la hora de poner la radio, del contenido, de las entrevistas… Me importa más no defraudarlos que la recompensa económica”. Pero Cecilia tiene un compromiso firme con las memorias rurales.
La locutora despide a Traslación y suena la sintonía de Radio Luz Garafía. Seguro que muchas en sus casas han llorado recordando con ella, de felicidad o tristeza. Pero eso solo lo saben ellas. Yo voy llegando a El Time y pierdo la frecuencia. Otro día hablaremos de Traslación.
Estrella Moterrey/ Creando Canarias