La realidad es que buscar la soberanía alimentaria en esta tierra o cualquier otra, es una vereda de largo recorrido. Y no hablemos ya de otros artículos de consumo diario como pueden ser productos de limpieza o higiene personal, por poner sólo algunos ejemplos.
Frente a este inmenso vacío de necesidades y derechos por cubrir, se me antojan demasiados para la limitada capacidad que tiene esta tierra (demasiada también para el planeta). Ante esta demanda de movimientos comerciales, es ya inevitable crear relaciones diferentes.
Para esta nueva construcción, parece conveniente empezar por analizar nuestro consumo en todos los ámbitos de nuestra vida (no sólo el alimentario). Es decir, conocer si el producto o recurso que vamos a adquirir es ambientalmente sostenible y socialmente justo, pero sobre todo reflexionar si nuestras necesidades son reales o creadas por el sistema capitalista que determina el consumismo de masas. Consumo que ha convertido el planeta en una mera mercancía que se compra a precios ridículos o simplemente se roba a los pueblos con apoyo de los gobiernos, para enriquecer en cualquier caso a unas pocas personas.
Estas reflexiones nos llevan a peleas constantes, peleas perdidas de antemano en demasiadas ocasiones, como suele ser habitual en las batallas de conciencia. Pero, que las relaciones económicas con sentido son posibles, lo evidencian multitud de iniciativas que trabajan sobre una economía que sirve como escenario para poner en práctica valores como la sostenibilidad ambiental y el desarrollo local. Hablamos aquí de una economía como excusa y no como objetivo en sí. Porque, si estas actividades no se sustentan sobre principios como la solidaridad, fraternidad y el bien común, el respeto hacia los recursos y las personas, la búsqueda de la calidad de vida y la felicidad de todos los pueblos, seguiremos reproduciendo un modelo donde se prima la maximización de los beneficios económicos, olvidándonos del resto de costes que tiene para las personas y los territorios.
Un ejemplo del sinsentido de los nuevos proyectos ambientales o sociales basados en los mismos valores de la economía del mercado lo tenemos en la construcción del proyecto hidroeléctrico Agua Zarca al noroeste de Honduras. Este proyecto, promovido paradójicamente por una empresa dedicada a las energías renovables, es manejado por poderosas transnacionales y pone en riesgo la supervivencia del pueblo Lenca, restringiéndoles el acceso al Río Gualcarque y con ello al agua y a la comida. Esta comunidad indígena afectada se organiza para tratar de parar el proyecto. Como respuesta, ha tenido el asesinato de varios de sus dirigentes, la última de ellas Berta Cáceres, una entre las más de 100 activistas ambientales asesinadas en territorio hondureño desde 2002.
Lejanas nos parecen estas realidades, pero aquí cerca tenemos ejemplos que pasan quizá desapercibidos por no venir acompañados de asesinatos a sangre fría, como si el robo al pueblo que supone la financiación pública de proyectos como la Central Hidroélectrica de La Gorona del Viento, en El Hierro o el Puerto de Granadilla y Anillo Insular, en Tenerife, fueran delitos limpios y libres de sangre.
Frente a esta dura realidad es fácil caer en el desánimo. Pensamos en muchos casos que la solución depende de grandes proyectos, iniciativas políticas o ideas ilustres, pero olvidamos que son nuestras pequeñas decisiones individuales las que permiten a este sistema perverso seguir caminando.
Depende de nosotras el tipo de relaciones que mantenemos con las personas que nos rodean, al igual que la calidad de los criterios que usamos para la toma de decisiones en nuestro consumo diario. ¿Necesitamos realmente todo lo que consumimos? ¿Priorizamos el precio económico frente al coste social o ambiental? ¿En qué nos basamos para decir que un producto es caro o barato? ¿Elegimos el comercio local frente a las grandes superficies o franquicias? ¿Alguna vez tenemos en cuenta las condiciones laborales del personal que nos atiende en los comercios? ¿Seguimos el mismo juego poniendo a la venta productos a precios más bajos que la competencia con el único propósito de acaparar más clientes? ¿Continuamos buscando el crecimiento económico o la solución pasa por el decrecimiento?
Podemos empezar a darle más sentido a la economía sin esperar soluciones mágicas, porque ya existen muchas alternativas que nos permiten hacerlo. Sólo necesitamos poner un poco más de conciencia en nuestras decisiones diarias para poder, hoy mismo, cambiar las cosas. No olvidemos que depende sólo de nosotras ponerlas en práctica.
Elena Fernández Rodríguez / Creando Canarias