Los primeros años sin Franco, pues, en plena adolescencia, me tocó vivirlos en La Laguna, allí fui a parar para cursar mis estudios de Bachillerato, becado por el Ministerio de Trabajo, en la entonces Universidad Laboral de Tenerife. Llegué a la Ciudad de Aguere hacia principios de octubre de 1976, fresca aun la muerte del militante del MPAIAC Bartolomé García Lorenzo, ametrallado en extrañas circunstancias en su casa del barrio capitalino de Somosierra. Un año después, en diciembre de 1977, contemplaba atónito desde las ventanas de La Laboral la invasión del cercano campus de la Universidad por fuerzas de la Guardia Civil que intentaban reprimir la protesta estudiantil en solidaridad con los huelguistas del transporte y otros sectores. La intervención de la Benemérita se saldaría con la absurda muerte del estudiante grancanario Javier Fernández Quesada. A todas estas, los estudiantes universitarios que convivían con nosotros en La Laboral nos tenían al tanto de las movilizaciones estudiantiles y de las luchas callejeras y algunos de ellos, los más comprometidos ideológicamente y cercanos a los círculos independentistas, intentaban convencernos y adoctrinarnos, pues la mayoría de los allí internos, jóvenes procedentes de las zonas más alejadas del norte y el sur de Tenerife y de las islas periféricas de la provincia, no teníamos entonces conciencia política alguna. La situación se tensó tanto que la dirección de la Universidad Laboral decidió adelantar las vacaciones de Navidad y enviarnos a todos para casa tras la muerte de Javier Fernández Quesada, ocurrida un 12 de diciembre neblinoso y frío, pues los enfrentamientos entre estudiantes y cuerpos policiales arreciaron, reforzándose las fuerzas antidisturbios con efectivos procedentes de la Península. Apenas tres meses después de estos últimos acontecimientos, Hermógenes Afonso, a la sazón jefe de propaganda y de la rama cultural del Movimiento para la Liberación y Autodeterminación de las Islas Canarias, liderado por Antonio Cubillo desde Argel, era detenido en la redada policial llevada a cabo a principios de abril de 1978, cuando todavía la futura Constitución española, cuya elaboración se hizo ligada al proceso de articulación autonómica de las regiones, estaba en pleno proceso de redacción pretendiendo abordar la descentralización política y administrativa del Estado.
La detención de Hermógenes se produjo concretamente el 7 de abril de 1978, justo siete días antes de que, en el Parador de las Cañadas del Teide, se constituyera la Junta de Canarias como órgano de gobierno regional preautonómico y que, por desgracia, volvía a poner de relieve las manifestaciones más rancias del viejo y manido pleito insular de las que el propio Hermógenes renegaría siempre. Para él, como refiere Yaiza en su libro, su único delito había sido el de su filiación puramente independentista, argumentando en su defensa que las únicas armas que había utilizado para concienciar a sus paisanos fueron la cultura y los libros.
El libro de Yaiza Afonso Higuera, sin embargo, no es, como en principio supuse, el de la biografía política de su padre. No lo es porque tampoco es una biografía al uso y ella misma ha reconocido que más bien se trata de un texto novelado, de una obra narrativa. En cualquier caso, alguien dijo que cuando leyéramos las biografías convenía recordar que la verdad nunca estaba bien para ser divulgada. Tengo que confesar al respecto que cuando afronté la lectura de la obra que hoy presentamos, lo hice con cierto recelo porque, en aras de la objetividad, tenía mis dudas con respecto al tratamiento que la autora iba a dar a la figura del biografiado y hasta qué punto el vínculo familiar condicionaría la veracidad del relato. Yaiza, sin embargo, como reza el refrán, ni peca ni miente porque dice la verdad. Una verdad, eso sí, íntima, expuesta sin trampa ni cartón porque responde, sin obviar los episodios más dramáticos de la existencia de su padre, al sentimiento en estado puro. Quiero decir con esto, que el lector se dará cuenta, desde un primer momento, que el libro que tiene en sus manos es fruto de una narración amorosamente filial, en la que se describe con detalle la vida familiar de esos casi veinte años compartidos junto al progenitor y que la autora prolonga con acierto hasta el tiempo presente, desde el que ella evoca y recrea, con añoranza, esas vivencias y los recuerdos legados, en franco combate contra la siempre ingrata desmemoria. Por eso Yaiza, como dice Isabel Medina en el prólogo, ha venido con este libro, a apalabrar el silencio de tantos años.
A través de las páginas de su libro, hilvanadas cordialmente, Yaiza nos va descubriendo todos y cada uno de los episodios que configuran la trayectoria vital de Hermógenes Afonso, desde la candidez de los felices recuerdos de la infancia junto a sus padres y hermanos, donde todo era posible, hasta la rebeldía de la adolescencia y juventud con la que se resiste a aceptar el dramático final de su progenitor, un Hermógenes Afonso de la Cruz polifacético y emprendedor, que se produjo no solo mediante trabajo intelectual que le llevó a indagar apasionadamente sobre el mundo aborigen y su cultura, sino también a través de su apego a la tierra nutricia, solar ancestral de los antepasados, con su labor como agricultor y ganadero. Actividades estas últimas que venían a evidenciar su vínculo con las gentes del campo isleño, a los que terminaría por considerar –como ya referimos- auténticos guardianes de las esencias del patrimonio identitario canario. En este sentido, conecta Hermógenes Afonso con la labor divulgativa desplegada por tantos otros que le precedieron, como el periodista y poeta tinerfeño, víctima también de la intransigencia franquista, Luis Álvarez Cruz. Álvarez Cruz, allá por los primeros años de la década de 1930, sintió igualmente verdadera veneración por los vestigios de una cultura popular en trance de desaparición, materializada especialmente a través de sus reportajes sobre Anaga, una de las zonas más señeras del recuerdo guanche (Ver VELÁZQUEZ RAMOS, Cirilo: Luis Álvarez Cruz, Colección Periodistas de Canarias, Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife, 2008.). Esta devoción de Hermógenes Afonso por el universo rural isleño tuvo su máxima expresión, como nos cuenta Yaiza, en su finca de Barranco Hondo, ese pedazo de tierra en el que depositaría todos sus afanes y que convirtió en su Jardín de las Hespérides particular. Allí, junto a su mujer Amparo, “medianera de sus sueños “en lírica y sentida definición de la propia Yaiza, y sus tres hijos, “teniques de su fogal”, asentó la que él – sin contar con las fatídicas jugarretas del destino- creyó su morada ideal y definitiva. Refugio de sus utopías, él mismo no dudó en declarar esas tierras de labranza que, como en el mito clásico de las Afortunadas, producían toda clase de alimentos y frutos, como “el primer territorio libre de las Islas”. Particular zona liberada que tuvo como uno de sus sitios emblemáticos la cueva natural, lugar de entrañables encuentros, que albergaba la que Yaiza califica como la bandera canaria más bonita que tenían, un lienzo tricolor de unos seis metros de largo, estelada con sus libertarias siete estrellas verdes. Pero en este singular país de Barranco Hondo se levantó, nucleando toda aquella propiedad, lo que yo creo constituyó -viendo lo que cuenta la propia autora- uno de los rincones más importantes de este idílico recinto: la Biblioteca. Aquel espacio lleno de libros, sobre todo de Canarias y África, depositados por doquier y en estanterías coronadas por atávicos gánigos y antiguas piedras de molino. Allí gestó nuestro biografiado buena parte de su obra creativa, pero allí también sembró la semilla del gusto por la escritura en una entonces niña que disfrutaba plenamente con todo aquel universo natural que la rodeaba y que hoy se nos presenta aquí como escritora en ciernes, cuya primera obra viene a rendir homenaje al verdadero canalizador de sus inquietudes literarias. La Biblioteca fue igualmente el lugar, fíjense ustedes, desde el que Hermógenes Afonso educó a sus hijos en valores, donde les enseñó a ser personas y no individuos, donde les aconsejó a que se produjeran como verdaderos seres humanos y a que –cito textualmente- “no se dedicarán a dar hostias al mundo”; a hacerles ver, en definitiva, “que lo más importante de la patria no son las banderas sino las justicias”. Y vaya que si lo consiguió. Porque Hermógenes, sin renunciar a las formas simbólicas de identidad y a pesar de su vehemencia independentista, no adoctrinó a sus hijos. Los crió eso sí, en el amor al terruño y en el conocimiento de la experiencia histórica de sus antepasados, en la pasión por Canarias y en el respeto a su cultura ancestral. Difícilmente podía adoctrinar desde el sectarismo alguien que, como él, creía que era el conocimiento el que forjaba conciencias. Alguien que, como él, mostró a sus hijos, desde bien temprano, la verdadera dimensión del espacio mundo y del lugar que ocupaba nuestro Archipiélago en el inmenso planeta azul, abriéndoles las puerta y ventanas de la atlanticidad isleña para que pudieran otear horizontes más amplios, más allá del “planeta Tenerife”, utilizando palabras de su propio nieto Véntor. Porque alguien que, como él, adoraba París, capital de la Francia que parió la Ilustración y referente por antonomasia del Siglo de las Luces, y que tenía en los ideales de la Revolución Francesa y en los valores y derechos cívicos que de ella se derivaron, una de sus fuentes de inspiración, no podía tener tanta cortedad de miras como para malograr y coartar la propia libertad de sus hijos. Por eso el libro de Yaiza, más allá de las cuestiones identitarias, que lógicamente expresa y defiende porque de lo contrario no podríamos entender -en toda su plenitud- la figura y la obra de su padre, trata también de valores universales, reflejo de su propio ideario, que el relato vital del biografiado le permite desarrollar y que incluso ella deja caer sobre la realidad sociológica actual. De ahí que Yaiza muestre, por ejemplo, su preocupación por las servidumbres de una globalización que aliena tenazmente, por la incultura que nos sigue matando, por cuestiones ecológicas y medioambientales, por la falta de espacios verdes o por la salvaguarda y conservación del propio ecosistema isleño. Todo ello como eco de las enseñanzas de su padre y que ella hoy incluso, como concejala en la oposición del Ayuntamiento de la capital tinerfeña, sigue intentando llevar a la práctica con sus propuestas y mociones al pleno municipal.
Y a todas estas: Garachico. ¿Qué lugar ocupa la patria chica en la biografía de Hermógenes Afonso de la Cruz y de su familia? Garachico, como explica la propia Yaiza, es un referente clave en la vida de su padre y del clan familiar. No podía ser de otra manera para quien, en todo momento, se declaró ferviente devoto de sus ancestros y aquí, en Garachico, estaba la raíz, sus raíces. De ahí la veneración que por estos lares sienten todavía hoy sus descendientes. Ya se encargó bien Hermógenes Afonso de inculcarles, en este caso sí, ese sentido de pertenencia al solar riscoso de sus antepasados, donde él mismo había nacido y donde también quiso ser enterrado, con los suyos, junto a la mar bravía, tal vez para sentirse eternamente acariciado, como cantara su admirado Estévanez, por “las atlánticas brisas”.
* Artículo del historiador Cirilo Velázquez Ramos en la presentación de «Hupalupa. Memoria desde tus vivos» de Garachico, el pasado 29 de julio. El artículo fue remitido a Tamaimos.com para su publicación.