Hay cosas que uno jamás sabrá explicar, básicamente porque por más que uno trate determinadas derrotas, no se saben encajar. La más reciente la viví hace dos días, los mismos que me ha costado escribir este artículo. Algunos amigos me dicen que afronte el resultado del plebiscito como algo positivo, como un punto de inflexión o de partida para hacer algo mejor. Por desgracia, mi reloj biológico me impide hacerlo. No creo que estemos como para permitirnos esperar un minuto más para poner punto y final a uno de los capítulos más descorazonadores de la historia de mi país. No sé, puede que me pesen mucho las millones de víctimas que se ha cobrado el conflicto. También puede ser que a estas alturas he aprendido que vivir en paz es mejor que vivir con plata. Me estoy haciendo mayor. Yo qué sé.
Lo que sí sé es que mi sentimiento de frustración ha ido aumentando con el transcurso de los días, y sí, yo sé que me tengo que ocupar de otros afanes, pero este berrinche no me lo quita nadie. He tratado (siempre lo hago por eso de la educación cristiana) de ser lo más comedida en cada uno de mis comentarios públicos, pero claro, llega el día en el que la realidad te sobrepasa. El tema de la esperanza para mí es algo complicado; nací con ella malherida, en medio de una guerra civil sin tregua y que, con los años, se ha ido recrudeciendo.
A medida que ha ido aumentando la violencia, mi esperanza se ha ido diluyendo. Y el tiro de gracia llegó el pasado dos de octubre. Ese día, de forma mayoritaria (número de votantes más los abstencionistas) los colombianos dijeron que NO a un acuerdo trabajado durante cuatro años y que pondría fin a una de las tantas guerras que hay en Colombia. Oiga, se les respeta, pero por más que lo intento, no los entiendo. Ya les he dicho: los años, que no llegan solos; y a los míos los acompaña una testarudez que me lleva por el mundo buscando explicaciones a todo.
En ese intento de comprenderles me he puesto muy juiciosa a leer los motivos que expone la bancada del NO, y eso ha hecho que mi desconcierto crezca porque me he encontrado respuestas poco esclarecedoras. Ojo, no digo que entre los más de seis millones que votaron no haya ni uno con formación o cultura, digo (o escribo en este caso) que la mayoría de los argumentos que he leído no me dan sosiego. Igual el problema lo tengo yo.
A ver, por partes. He leído que éste es un acuerdo del presidente Juan Manuel Santos. Mal, pues que el presidente de una república lidere el proceso no quiere decir que los patrones del acuerdo los haya impuesto él, básicamente porque se ha invitado a una amplia representación nacional e internacional para hacer un seguimiento y que, además, intervengan como garantes. El lunes en una entrevista me preguntaron si el NO de los colombianos fue un NO al presidente, y dije que eso no me cabía en la cabeza. De ser así, tendríamos un grave problema de comprensión lectora. La pregunta no era si nos gustaba más o menos Santos o su gabinete, la pregunta era si estábamos a favor o no del acuerdo.
También he leído que le vamos a regalar el país a los comunistas. Error, pues con una representación minúscula en el Congreso es imposible regalar el país a nadie.
Por otro lado, también temen a las emisoras que se otorgarán a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia para, según consta en el acuerdo, hacer una labor divulgativa de su proyecto político. ¿En serio?, ¿de verdad? ¡Si la radio que se escucha en Colombia es aquella donde hay buena salsa, champeta, vallenato o música carrilera!. Como alias Timochenko no se ponga a cantar “El Serrucho”, no veo yo que mucha gente le siga en su emisora de corto alcance.
El dinero, las tierras y amnistía. Esto también es considerado un “regalo”. Nadie, o bueno algunos, se ha parado a pensar un minuto en que la reinserción cuesta, y yo pago mis impuestos encantada para que, entre otras muchas cosas, una persona se reforme y vuelva a la sociedad y no reincida en la delincuencia. Yo no sé si la gente que habla de “la impunidad”, disfrazada según ellos en una absurda amnistía, ha medido las consecuencias de judicializar a miles de personas mediante un sistema judicial, el de Colombia, que según ellos mismos no sirve. Ni hablemos del sistema penitenciario, más de lo mismo. No sé si piensan que los juicios (con sus abogados de oficio, etc.) se pagan solos; mantener a una persona encarcelada aunque sea hacinada tampoco es gratis. Voy a dedicarle unas palabras más a la tan temida impunidad, pienso en crímenes de Estado como el de Jaime Garzón, en Bernardo Jaramillo Ossa, los falsos positivos y el de todos los líderes de izquierda masacrados sin que sepamos con certeza quién ha estado detrás de esas muertes y, ya de paso, de esa diáspora de exiliados que ha dejado este conflicto. La sociedad, bien gracias, no la veo yo muy preocupada por estas minucias.
Las tierras, problema menor, Colombia es de todos. Eso no se puede discutir.
También han involucrado a Dios (como si éste no tuviera ya bastante). Ah, y la inclusión, vetada por los buenos “cristianos” de Colombia. No se ría, se lo digo en serio. El problema para ellos dejó de ser la paz para convertirse en la “perversa” intención de las FARC y el Gobierno, según el señor Ordóñez, exprocurador de todos los colombianos, de tratar igual a cualquier persona al margen de su ideología y condición sexual. Dios nos libre.
Las prisas; para los defensores del NO cuatro años no fueron suficientes. El acceso libre a todos los puntos del acuerdo tampoco lo fue. La campaña institucional, según ellos, era más bien una campaña para que el “malvado” presidente Santos llegara al Nobel. La transparencia, muy poco valorada, y el plebiscito, ya ven, ignorado por más del sesenta por ciento de los votantes y rechazado por más de seis millones de personas que quieren tardar el tiempo que sea necesario para hacerlo mejor. Menos mal que no se trata de la vida de una persona, porque la pobre podría morir mientras entra al quirófano esperando a que los médicos le apliquen el mejor tratamiento.
El perdón. Lamentablemente es una acción inherente a la libertad de pedirlo y la generosidad de darlo.
El Castrochavismo. Ni me detengo en este argumento. Prefiero que interpreten mi silencio.
Y así vuelvo al principio, a mi frustración. Porque no les entiendo. Pienso que nos hemos acostumbrado tanto a la guerra, que hasta nos permitimos el lujo de condicionar la paz. Y sufro porque muchos de esos comentarios los leo de gente joven y presuntamente formada, y es cuando se me hace el nudo ese que te atraganta. Lo peor es que me he dado cuenta de que o no conocen el conflicto o nos lo contaron de forma diferente. Y ¿qué nos queda? el ellos y el nosotros, lo de siempre. No voy a buscar los motivos del fracaso ni a razonar al amparo de teorías filosóficas los matices de la conducta de los colombianos. Hoy no. Hoy me limito a pensar que cuando una sociedad es incapaz, es incapaz y punto, sin matices y sin explicaciones. Ésa es mi derrota.
Ayer un respetado y querido amigo me dijo que leer era un acto revolucionario. Después de todo lo que leí en mi viaje hacia la comprensión de quienes votaron por el NO, sólo pido que la próxima vez nos levantemos en libros y no en armas.
* La autora es Yira Arredondo Ballesteros, periodista colombiana que reside en Canarias hace más de 15 años. Está publicado originalmente en el blog Somos Nadie del periodista Juan García Luján. Está protegido bajo Licencia Creative Commons.