El final del verano llegó, y de los incendios ya casi nadie se acuerda. Atrás quedan los días de angustia por la cercanía de las llamas a pueblos y casas. A los directamente afectados les quedará un regusto a miedo y una vista privilegiada a campos de ceniza donde antes hubo bosque, pero el resto olvidaremos tranquilamente la indignación por ver arder la naturaleza, la meteremos en una gaveta hasta que haya que volver a sacarla el verano que viene o el otro porque el monte vuelve a estar en llamas.
Este año le tocó otra vez a La Palma; en 2012 fueron Tenerife y La Gomera las que ardieron; en 2009 ya se había quemado La Palma; en 2007 se arrasaron Gran Canaria y nuevamente Tenerife; en 2006 le había tocado el turno a El Hierro, y en 2005 ya había ardido La Palma. Son en total ocho grandes fuegos en poco más de 10 años, sin incluir los que quemaron menos de 500 hectáreas. Y tras cada incendio, siempre lo mismo: si los recursos contra incendios bastan o no, si los hidroaviones en Canarias son inútiles o necesarios, si la gestión de los montes es la indicada o no. Las mismas preguntas, el mismo debate inconcluso desde hace más de una década. Como si no tuviéramos gente experta cualificada para despejar las dudas.
Los hidroaviones no son ninguna panacea, pero sí pueden ser de gran utilidad, también en Canarias a pesar de la orografía, si actúan en los primeros compases del incendio. He ahí buena parte del problema: aun contando Canarias con cuatro parques nacionales y mayor biodiversidad, España siempre se ha negado a establecer una base de hidroaviones en las Islas, con lo que la intervención de estos aparatos se retrasa enormemente. En 2012 en La Gomera llegó a darse el caso de que el Ministerio de Medio Ambiente envió al Archipiélago un hidroavión defectuoso (hubo quien lo calificó de “chatarra”), mientras Marruecos ponía a disposición dos aeronaves. Canarias sí cuenta con algunos helicópteros Kamov, más maniobrables, pero con menor capacidad de carga y mucho más sensibles al viento, que suele ser un factor importante en los grandes incendios. Al final, los expertos coinciden en lo crucial de la colaboración entre medios aéreos (hidroaviones y helicópteros) y medios terrestres.
Sobre estos últimos, un asunto muy relevante que se aborda poco es el de la colaboración necesaria entre profesionales y voluntarios, es decir, los vecinos. La actuación de los vecinos es muy importante, debe canalizarse a través de Protección Civil, y los propios ayuntamientos han de formar a esos vecinos para que estén en disposición de actuar como apoyo y en labores de abastecimiento a los profesionales de la extinción, que son quienes acuden a la primera línea contra el fuego. También están obligados a limpiar de residuos, matorral espontáneo y vegetación seca una franja de seguridad de 15 metros de anchura en torno a sus casas, tal y como estipula el Decreto 146/2001. Cabe preguntarse con cuánta diligencia se cumple la norma y con cuánto celo se vela por su cumplimiento.
Con todo, de poco sirven hidroaviones, helicópteros o personal terrestre cualificado y entrenado ante los llamados incendios de quinta generación, precisamente los que hemos visto en las Islas en los últimos diez años. Fuegos virulentos que arrasan con todo a pesar de los esfuerzos en su contra porque el monte está cargado de combustible, el calor es sofocante y los vientos arrecian. Si aun los mejores esfuerzos de extinción no bastan, ¿qué hacer? La solución pasa por la tan cacareada prevención. Pero prevención no es tener los mejores equipos de extinción preparados y dispuestos a salir en el minuto uno a luchar contra las llamas; prevención no es tener hidroaviones en cada isla listos para el despegue en cualquier momento. La única prevención eficaz, digna de ese nombre, es la recuperación de la producción agrícola y ganadera. La vuelta al campo. Sólo así podrán crearse los denominados pasillos agrícolas, zonas amplias cultivadas que ejercen de verdaderos cortafuegos; sólo así se podrá volver a descargar de combustible el bosque, que vive la paradoja de haber sido reforestado con pinos al tiempo que se impide retirar el exceso de pinocha. Todos estos argumentos y unos cuantos más pueden ustedes escucharlos en el primer programa de la serie Tegala que grabamos hace ya tres años. Nada que no se supiera hace tiempo.
La vuelta al campo. He aquí la madre de la baifa. Soberanía alimentaria. Pero ¿cómo aumentar la productividad agrícola, cuando el mercado de la alimentación en el país está totalmente dominado por empresas de distribución foráneas e importadores, esos que tanta influencia ejercen sobre los partidos políticos? ¿Cómo colocar los productos canarios en el mercado si los productos externos vienen subvencionados? ¿Cómo hacerlo si la industria española nos revienta el mercado inundándonos con sus excedentes a precios por debajo del coste? Prevenir los incendios equivale pues a consumir producción local, a elegir lo de aquí frente a lo de allá, a potenciar nuestra soberanía alimentaria, o sea, a combatir la condición colonial de mercado cautivo en que nos hemos convertido. Es ahí donde la gente de a pie puede, podemos, marcar una diferencia seleccionando lo que consumimos. Es lo que los anglosajones llaman to put one´s money where one´s mouth is: gastarnos nuestro dinero de manera coherente con nuestras opiniones (como por ejemplo cuando nos volvemos a indignar con el siguiente incendio).
Mientras tanto, el Estado permite recalificar terreno quemado. El Gobierno saca adelante la llamada Ley del suelo y la Ley de las islas verdes, con las que la concretera podrá campar por donde antes no podía. Las últimas playas vírgenes de Gran Canaria ya empiezan a sentir el peso de las excavadoras. Este es el plan para diversificar la economía, para recuperar soberanía alimentaria. Recuérdalo cuando te hablen de prevención de incendios. El cambio en este país será contra ellos, necesariamente.