Sinceramente no sé qué es peor, si Juana o la hermana. Lo que sí sé es que a fin de cuentas vienen a ser el mismo perro con distinto collar: estar en posesión de la única verdad, está conmigo o es mi enemigo, los hechos ni se debaten ni se cuestionan, quien no piensa como yo está fuera de la realidad… En definitiva, cerrazón y pobreza intelectual, no respeto hacia el disidente.
El caso del españolismo cerril y uniformador es lógico y hasta normal porque esa concepción de las cosas es hija de un profundo complejo de inferioridad y del miedo que lleva aparejado. Para esos españolistas Canarias simplemente no existe como entidad ni como pueblo, Canarias no es. Sin embargo, al que de verdad me cuesta entender es al independentismo excluyente, porque este plantea la necesaria superación de los modelos y la situación actuales, para acto seguido caer en el reduccionismo y la exclusión: lo verdaderamente canario es únicamente lo anterior a la conquista, todo futuro político que no pase por la independencia es indigno, se es canario atendiendo a razones de tipo étnico, rencor hacia lo español o lo europeo… Puro escapismo en ambos casos.
Como explica José Miguel Perera en este artículo, ambas posturas son un lastre pesadísimo y nocivo para el desarrollo de Canarias y para el florecimiento de un pensamiento crítico canario que ya existe pero que se encuentra disperso, marginado, falto de difusión y sobretodo falto de articulación. Un pensamiento autocentrado, es decir, con los pies en la tierra, pegado a la realidad que se da en Canarias y no a miles de kilómetros de distancia. Un pensamiento incluyente, según el cual canario es quien trabaja por construir un bienestar para el archipiélago, independientemente de su ideología política, de su lugar de origen o de cómo pronuncia la Z. Un pensamiento responsable que exija que las decisiones que afectan al rumbo que siga Canarias se tomen en Canarias, al tiempo que se asumen los propios aciertos y errores, sin culpar sistemáticamente a «los de fuera» cuando vienen mal dadas, con responsabilidad para decidir pero también para asumir fracasos. Un pensamiento consciente del inmenso potencial que atesora Canarias en su gente, en su desarrollo tecnológico, en su situación geoestratégica, y que huya de tópicos nefastos y falsos como la lejanía. Un pensamiento que, en resumidas cuentas, nos ancle de una vez en el siglo XXI y no en fórmulas de desarrollo obsoletas, y nos convenza de que tenemos la obligación de tomar las riendas de nuestro futuro, sin tutelas y en defensa de nuestros legítimos intereses, y no los de otros.