Es viernes por la mañana y voy en la guagua. Tengo puestos los cascos conectados al mp3. He escuchado ya muchas veces mi selección musical, por lo que pongo la radio. Suena el Buenos Días Canarias en Canarias Radio La Autonómica. «Vamos a enterarnos de cómo va el mundo», me digo. Habla José Carlos Francisco, presidente de la CEOE de Tenerife sobre los datos del paro: «los datos no se pueden valorar de mes a mes, sino por lo menos en un intervalo mayor, de un año por ejemplo. En cualquier caso, vemos cómo los datos mejoran». Sonrío y me entran unas cosquillitas por el estómago. Empiezo en un nuevo trabajo hoy. Gustavo Santana, Secretario General de UGT en Canarias, no está tan convencido: «mientras que no haya un cambio de rumbo en las políticas, no se podrá hablar de recuperación». Pienso en la investidura de Rajoy, en su falta de apoyos. Recuerdo su pacto con Ciudadanos y el voto favorable de Ana Oramas, y me estremezco. ¿Quién es tan ingenuo de pensar que los mismos que han legislado contra los trabajadores van a cambiar el rumbo? Santana, sin duda, se refiere a otra alternativa de gobierno.
Me bajo de la guagua, rumbo a un nuevo trabajo. Es el quinto comienzo en lo que va de verano. En otros trabajos he estado tres días, 10 días, 18 días, un día… Pero estoy feliz. Estuve tres años en el paro, tras sufrir un ERE en mi antigua empresa. Allí estuve dos años y medio. Me pavoneaba de que me hubieran dejado fijo en plena crisis. «Hay esperanza chiquillos», les decía a amigas y amigos que por aquel entonces habían sufrido el mismo proceso que yo sufriría posteriormente. Tras el ERE, la ruptura de las ilusiones de conseguir trabajo tras terminar la carrera (aunque hiciera de todo salvo ejercer mi profesión) y luego de pasar tres años en el laberinto del paro, la llamada de este verano me produjo ilusión. «Algo está cambiando, vuelven a llamar de las empresas», me dije. Antes me habían llamado, sí, pero para cursos sin sentido para un titulado, para trabajar en contratos de prácticas durante al menos dos meses, por supuesto sin cobrar. También había sopesado irme fuera, pero tampoco salía nada que me garantizara vivir, y para pasarlo mal en otro lugar, lo paso mal en Canarias, donde tengo a los míos que me ayudan.
Ni siquiera me planteé que me estaban llamando para trabajar de freganchín, algo para lo que no estudié, por supuesto. No me podía sentir especial. En Canarias los titulados superiores que desempeñan trabajos por debajo de su nivel es 10 puntos porcentuales por encima del Estado, según el informe sobre pobreza en Canarias elaborado por el Gobierno de Canarias. Gracias a esos tres días empecé a tener un ingreso propio, algo que anhelaba y que debiera ser lo normal a mis 33 años. Incluso para el mercado laboral empiezo a ser viejo, pero mi energía y predisposición dicen lo contrario. Me siento incómodo cuando me leo en prensa eso de «ni-ni». Soy un titulado que llegué a trabajar mientras estudiaba. Ahora no me llaman para trabajar y no puedo pagar una matrícula para seguir estudiando. Es un laberinto. ¿Sobre la duración de tres días? Un poco decepción sí fue, pero tampoco ahí me puedo sentir especial. Entre enero y julio de este año, 1 de cada 7 contratos dura menos de una semana. Cerca de 21.000, el 16%. En 2008 eran de un 6%, un incremento de casi el triple de contratos de este tipo. 17.783 días corresponden a personas que están contratados por menos de siete días, un 137% más que en 2008, año en el que fueron 7.479. Pero Francisco tiene razón: las cosas están mejor.
Dos experiencias más de 10 y 18 días. El de 10 días como mozo de almacén en un Polígono Industrial, cargando y descargando cajas. Cuando estaba aprendiendo la dinámica, manejando el toro que coloca los palets en sus respectivas estanterías, me dijeron que ya no me necesitaban. Como fui por ETT, tenía la esperanza de que la empresa me hiciera contrato propio, por dos razones: para trabajar un poco más, que me hace falta, y para no sentirme discriminado con la uniformidad. Parece una tontería, pero mientras que ellos llevan todos su uniforme, yo porto una simple camiseta blanca con un logo de la Empresa de Trabajo Temporal y todo el mundo sabe que no trabajo allí. No hubo suerte. 18 días en un Hipermercado. Un nuevo comienzo. Reponiendo mercancía, ayudando en frutería… Era entretenido, pero algún jefe era más antipático de la cuenta. A los que íbamos de ETT, nos trataba como ganado. Y un poco eso éramos, una especie de esclavos del siglo XXI. Da igual, solo quería trabajar. 18 días para cubrir vacaciones y a la calle. Tampoco me puedo sentir especial, el 30% de los contratos entre enero y julio dura menos de un mes, un total 142.000 contratos de los 518.276 que se han celebrado en Canarias.
Ahora un nuevo trabajo, un nuevo ambiente, unos nuevos compañeros. Lo de los compañeros es bastante cómico. Llego a los lugares, me presento, con algunos hablo más, con algunos menos. Si es la primera vez que trabajo allí, me miran casi con lástima. Ellos están inmiscuidos en luchar para que no le sigan quitando derechos, para evitar un ERE, para que contraten personal que al menos les cubra los domingos, para movilizarse en pro de que no sigan recortando el sueldo. «Esto hay que pararlo», he escuchado muchas veces. A veces se para y la prensa los pone a parir. Otras, algún espabilado metido en el Comité de Empresa, firma medidas a espaldas de sus compañeros. Él asciende, los demás le juran venganza, pero la oportunidad de cambiar las cosas se pierde. Yo no sé nada de eso. Llego al lugar, hago lo que me dicen, intento demostrar buena actitud y me voy a mi casa. Muchos me dicen que por mucho que haga no me van a contratar por más tiempo. Algo de razón han de tener. Los que repiten por segundo o tercer contrato son mirados con más pena que yo. Llegan ansiosos por cobrar algo otra vez, las empresas le dan esperanzas y siempre lo mismo: un tiempo limitado y a casa. Pero es lo que hay. Algún Coordinador, responsable, jefe, mando medio, siempre apela al mismo discurso: «contratar a un trabajador es muy caro, por lo que dejarlo fijo es una utopía. Si mañana la empresa va mal, ese trabajador es un problema». Lo dicen con la boca llena, ellos, que son personal fijo y cobran cantidades que nosotros no podemos ni soñar. La fidelidad y la sintonía de ideas se paga, pero yo siempre pienso lo mismo: «por mucho que te alinees con la empresa, tú tampoco dejas de ser un número. Si sobras, te vas».
Llega un momento que confundo a los compañeros. Luis el del almacén, Miguel el reponedor del hipermercado, Alexis el cocinero… ¿O se llamaban de otra forma? Somos casi invisibles, ellos ya están acostumbrados a ver pasar gente e irse. Los que repiten dan una lástima tremenda. «Este pobre…», oigo comentar sobre Sergio, un padre de familia de 38 años que durante algunos días repite en el almacén. Pero lo sigo diciendo, no somos especiales. El 50% de los contratos son eventuales e inferior a un mes, un total de 106.475. Pero si tienen que pararte y volverte a contratar para cobrar la ayuda del gobierno o para no hacerte fijo, lo hacen. Les da igual tu historia, tus necesidades. Siempre habrá alguien que te podrá sustituir, aunque haya que enseñarle la dinámica. El otro día mi sobrino, de 20 años, me contó que le hicieron un contrato de seis meses. «¿Qué dices Yeray? Felicidades». La euforia se acabó pronto: el contrato era de prácticas, o sea, en principio a coste 0. «A ver si aunque sea me pagan el transporte», señala el chiquillo. En esta coyuntura se han firmado 1.687 contratos en prácticas, 62% más que los que se firmaron en 2008. Ahí sí tienen una duración media de seis meses.
El otro día, antes de terminar en el hipermercado, me invitaron a la fiesta de jubilación de Federico, un frutero que se va a pesar de perder dinero. Lleva en el trabajo desde que abrió el comercio. Antes de aceptar la invitación de la cena, lo cual me generaba muchas dudas porque había que pagar 20 euros, una loza en mi actual situación, pensé: «yo he echado una mano en frutería. Igual me hacen un contrato al menos de seis meses. Al no estar Federico necesitarán gente». Pronto esa idea desapareció de mi cabeza, a la vez que, decepcionado, decliné la invitación con una excusa espuria. Solo 10 trabajadores jubilados fueron sustituidos en 2016 por 51 de hace ocho años. No soy especial. Y así fue, al siguiente día me lo dijeron claro: «mañana no vengas, no te necesitamos más». Una hora antes me habían ampliado mi horario de ese día en tres horas, no hay nadie que controle las horas que hago de más y por supuesto pocas veces las cobro.
Me llamarán masoquista, pero estoy ilusionado. A la vez que descendí de la guagua, me alivió la perspectiva de cobrar, al menos un día. Un día fue lo que me contrataron para hacer el inventario de un gran almacén. No sé por cuánto tiempo me van a contratar en esta tienda, pero ya me da igual. Lo cierto es que es mi quinto trabajo este verano y al menos ya tengo dinero propio, tras tres años en la absoluta miseria, viviendo a costa de mis familiares y sobre todo, sintiéndome un inútil. Nuevos compañeros, nuevas labores, nuevos jefes… Ya estoy acostumbrado. Confieso, y no me tachen de egoísta o malagradecido, que la situación cansa un poco. Llegas, un jefe te recibe como a quien le llega un palé de mercancía. Los nuevos compañeros te miran como con pena, otros con desgana, y siempre hay quien te considera un rival. Primeras nociones sobre el trabajo, te pones a currar y siempre cometes algún error de principiante. Igual durante varios días. Cuando te haces con el trabajo, a veces no te llegas a acostumbrar a los compañeros, te dicen fríamente; «mañana no hace falta que vengas». Te firman un papel, te dan una palmadita en la espalda y ni siquiera te dan tiempo a que te despidas de los trabajadores. Al siguiente día lo llevas a la ETT y con suerte te ingresan en unos días, mientras siempre apostillas: «si sale algo, de lo que sea, acuérdate de mí». La chica te mira con la misma cara de lástima de los compañeros de cualquiera de esas empresas. Sin embargo, señoras y señores, no soy especial.
P.S.: La historia es ficticia, aunque perfectamente real. Cualquier parecido con la realidad es totalmente cierta. Los datos son reales como la realidad misma y están servidos por el Servicio Público de Empleo Estatal (Sepe).