«Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el que casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación con el grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto». Así empieza «La metamorfosis» de Franz Kafka. Gregorio Samsa se despertó esa buena mañana y su vida cambió. Se había convertido en un insecto, en un parásito, al menos así era ante los ojos de su familia que hablaban de lo fatigoso de su cuidado. Samsa era el sostén económico, pero su enfermedad lo cambia todo. Él se ve como un parásito, como un estorbo para los demás, sin que ellos agradezcan que Samsa mantuviera económicamente la casa.
Algo de kafkiano hay en la economía canaria. Quién no se ha enfrentado a argumentos tales como que Canarias vive de las subvenciones, quién no ha oído hablar de las ventajas fiscales de las islas, quién no reconoce a Canarias como ese actor que está a la cabeza de lo malo y a la cola de lo bueno. Un auténtico parásito del Estado, con una economía mantenida, en donde el descuento de residente nos permite ahorrarnos el 50% de un billete a España, en el que la parálisis o reducción de una subvención, sea a las renovables o a la desalación de agua de mar, es una catástrofe, en el que un montón de siglas (REF, RIC, REA…) nos permiten obtener ventajas en comparación con otros espacios del Estado, fíjense que ni siquiera tenemos IVA… Así lo percibe nuestro pueblo, que, a través de la máquina de propaganda aprehende que es así, que está condenado a ser subvencionado y pobre, que si quiere sobrevivir tiene que destruir su territorio, luego ya veremos.
Pero lo que no dice el periodismo de estómago calentito es que en Canarias ya no hay vacas flacas, sin más camas turísticas, sin más construcciones, sin más reinvenciones. Por los motivos externos que sean, en las islas ya los doce meses son temporada alta, sin los bajones de mayo y junio. Los voceros del gobierno hablan de reiventarse, más naturaleza, patrimonio, turismo rural de calidad… pero el subsconsciente, los hechos y la dinámica que marcan los que mandan en este negocio en Canarias, le muestran el camino de la destrucción, de la Ley del Suelo que abre la veda de una destrucción sin leyes, como el salvaje Oeste. A veces al bueno de Clavijo le puede la sinceridad y destaca la importancia del binomio construcción-turismo en la economía canaria. Si le ponemos la cara de algún presidente canario noventero, desde luego no nos extrañaríamos.
Interpretaciones aparte, los datos dicen que el insecto, el parásito de las subvenciones es el territorio que más riqueza turística aporta a España. Las islas del destierro, de los puertos francos, de las ayudas, proporciona casi el 22% de los ingresos estatales en esta materia. Lo dice el INE. Lo que es lo mismo, si España es una potencia turística lo es gracias a lo que Canarias aporta. Gregorio Samsa, que tanto había aportado a la economía de la familia, que era su sostén económico, cuando enferma se da cuenta que es una carga. Todos se habían aprovechado del trabajo de comerciante de Samsa, pero enclaustrado en la cama, por una enfermedad producida precisamente por ese trabajo del que todos vivían, ya no vale nada. ¿Hasta qué punto se puede considerar que Samsa es un insecto? ¿No merece, en gratitud, una atención y dedicación hacia su estado? El rol canario del subvencionado, pobre, paradisiaco, agradecido a la bondad de los demás y a la cola en todo lo bueno, debiera cambiar con los datos que vamos conociendo. La metamorfosis canaria me provoca lanzar una pregunta retórica: ¿quién mantiene a quién?