Creo que esta imagen de estas tres cuevas, situadas junto a una antigua «pedrera», es decir, cantera de piedras (en el término municipal de Granadilla de Abona, Tenerife, Canarias), bien nos vale para reflexionar a la orilla de nuestras conciencias desde las orillas de la carretera.
En estas islas nuestras, que acogieron a nuestros antepasados, nos acogen a nosotros y acogerán a los futuros, hay cosas más evidentes que otras. Y si continúan con la reflexión de este artículo, sin salirnos de la orilla de la carretera, llegaremos a las evidencias.
Es evidente, y me gustaría decir evidentísimo, que las orillas de nuestras carreteras están colmadas de patrimonio. Sí, de patrimonio, de tesoros valiosos de nuestra historia y de nuestro presente, se cuiden o no, se fomenten o no. Dicho de otro modo, lo que vale vale, se valore o no. Y para muestra de patrimonio a las orillas de nuestras carreteras un botón, o tres: estas tres cuevas, patrimonio histórico nuestro, que en su día albergaron a trabajadores, a familias, a vecinos con sus sueños, con su día a día, y que hoy quedan como testigos de una vida que aprovecha los recursos de la tierra armónicamente, sin dañarlos; y como testigos también de la vida que había por todo este lugar de la antigua pedrera. Y en las orillas tenemos no sólo patrimonio histórico, sino también arqueológico, por ejemplo; como, sin ir más lejos, el conjunto de cazoletas y canales que lindan (o quedaron bruscamente interrumpidas) con una carretera que atraviesa el municipio de Candelaria. Y podíamos seguir con un orillado etcétera, pero tampoco nos perdamos en la carretera sino que sigamos con las evidencias…
Y la otra evidencia que les quería exponer es que hay cierta magia que no existe. Y no me refiero para nada a la que podemos denominar como la magia musical de la «Cantata del Mencey Loco», o a la magia natural de un bello barranco o de otros tantos bellos parajes de nuestras islas. Parajes, por cierto, en ocasiones atravesados por, o a orillas de, las carreteras también. Me refiero a la evidencia, y me sobra permiso para decir evidentísima, de que no existe esa magia que consistiría en que desaparece una lata al arrojarla desde el coche a las orillas de la carretera. Y déjenme también decirles que hay trucos de magia que al practicar su repetición se perfeccionan y terminan saliendo, pero tampoco ocurre así con las latas arrojadas a las orillas. Créanme que no les miento, que si se tiran diez latas, diez latas permanecen en las orillas junto a nuestros patrimonios o en el acceso a ellos; y si se tiran veinte latas, justo veinte latas son las que no desaparecen. Y ciertamente que desaparecen de nuestra vista al arrojarlas, pero lo cual no constituye ningún buen truco de magia, pues aparecen y permanecen, lamentablemente, junto a nuestro patrimonio.
Sinceramente que no para de sorprenderme la cantidad de latas que se siguen sumando a nuestras orillas; muchas de ellas curiosamente de una marca, que no voy a nombrar, pero que nos habla de monstruosidad, no pudiendo ser mejor ejemplo de una monstruosidad el haber arrojado, y seguir haciéndolo, tantas latas a las orillas, al suelo, a nuestro suelo. Y he aquí que me viene a la memoria la sabiduría de nuestros mayores reflejada en esta historia o anécdota:
La de aquella persona mayor que pese a tocarle el turno del chorro del agua estaba sufriendo el robo por un joven vecino. Pero este mayor, con toda tranquilidad, volvía a encausar o «virar» su agua cada vez que el joven se la volvía a desviar a su tanque. Hasta que en uno de estos momentos de robo y de volver a encausarla su propietario, se encontraron ambas personas junto a las tarjeas. Y nuestro sabio mayor sólo le dijo: «tú me la quitas a mí, yo te la quito a ti; tú me la quitas a mí, yo te la quito a ti».
Y esto es lo que me viene a la memoria para seguir animándome y animándonos a no cansarnos, sino a seguir «encausando» esta situación hacia el lógico destino; hacia el lógico destino que no es otro que el de darle valor a lo que tiene valor, como lo es todo nuestro patrimonio, y lo cual nunca se hará llenando las orillas de latas; latas que ya vimos que no son nada mágicas, sino que son trágicas.
Desde la orilla, Javier Guillén.