La Unión Europea pasa por una etapa de descrédito y su estructura se tambalea. Muchas son las lecturas y los análisis que desde distintas posturas afloran para explicar el porqué de esta situación pero no voy a exponer las mías en estas líneas. Si acaso, déjenme hablar solamente de uno de los males que, a mi entender, se extiende por las lindes de la unión de aquellas comunidades europeas surgidas tras la Segunda Guerra Mundial: el eurocentrismo. La mirada ombliguista entre los miembros de la unión de los acontecimientos del mundo hiere a aquellos que no tienen el beneplácito de la UE para tumbar también sus fronteras.
Esto crea una paradoja en Canarias, la tierra del «no a la OTAN», del «Manifiesto de El Hierro» y del «no a la guerra». Ayer nos sobrecogimos con el cruel crimen en Múnich que desde los medios, prudentes todos ellos al no confirmar que se trataba de islamismo, sí aprovecharon el acontecimiento para empatar la noticias con la incidencia que ha tenido el yihadismo en estos últimos años. Pero como digo, muy prudentemente. Canarias, a mi juicio aún muy verde en su propio modelo periodístico, se dedicó a repetir con acento isleño las noticias y opiniones que los medios estatales vienen sumando a las líneas que se dedican a abordar este nuevo fascismo en pleno siglo XXI. Se reproduce desde una asombrosa y convencida primera persona esa eurocentrista óptica con la que se analizan los orígenes y acontecimientos del fundamentalismo islámico. No se trata de negar que Canarias se rige por los principios redactados en cada uno de los tratados que dan forma a la Unión Europea, pero esto a veces, -muchas, diría yo- supone un negacionismo absoluto de nuestra situación y de los lazos geográficos, históricos e incluso económicos que nos unieron y nos unen a dos continentes tan presentes en nuestra identidad como son América y África.
El ejemplo lo tenemos en la reiteración de la preocupación que existe alrededor de lo que han llamado «un problema europeo» -y en Canarias no vamos a decirlo de otra manera más que aportando nuestro seseo y la aspiración de las aches-. Un problema europeo que debe tener soluciones europeas. Véase qué falta absoluta de sensibilidad y empatía con la parte del mundo que precisamente sufre de manera rotundamente mayoritaria la lacra del terrorismo. Al ladito del continente africano somos capaces de no mirar y olvidar las muertes que este esperpento humano deja a menos kilómetros de nuestras playas que el viejo continente con el que lamentablemente también se ceban. Europa no es el centro de la diana, o al menos no está sola en esta posición de objetivo de la locura de aquellos a los que el Corán no les importa más que sus propios intereses.
Hoy Afganistán llora la pérdida de más de ochenta de sus vidas, y digo que las llora Afganistán porque nadie más lo hace, y estas sí fueron obra de lo que llaman yihadismo. Desafortunadamente para muchos titulares precocinados, el de Múnich no se pudo corroborar. Canarias, fiel a esa tendencia de este nuevo siglo a olvidar nuestro pasado, a separarnos de nuestros vecinos y a engordar la ensoñación de situar el Puerto de La Estaca junto al Castillo de Laeken, también silenciará ese «otro terrorismo».