El reflexivo papel acoge en mis noches interminables
tus adormecidas dunas movibles.
Sol caliente en la espesura de montañas inacabadas,
desgajándose entre los valles y vaguadas.
Siento tu calor cercano,
en los días de verano
en que te veo en el horizonte,
anunciando el agua de mi querido Norte.
Siguen tus granos de arena pura y limpia
descubriendo el aullar marchito del viento que te habla,
componiendo olas azules
aunque muchas parecen esmeraldas.
Raquítica e infecunda tierra abandonada
de cabras y camellos;
el nicho de la vida sigue a tus pies
a pesar de la melancolía ensimismada
con la que te observan tus siervos.
Defiendes en tu ser
la cultura ancestral de un pueblo que se desconoce,
pues no se reconoce aquel que no comprende
lo que esconden tus montañas.
La cruel maquinaria amenaza Tindaya,
firme, ante el espejismo de un futuro mejor,
y ante la cierta escasez pretérita
de unas gentes que vivían sin agua.
Isla prostituida en pasado y en presente
por piratas y corsarios,
hecha sobre el fuego Atlántico,
desde el más sediento crujir,
recreando a un cardón en el recóndito Tetir.
Tus sueños,
dormirán eternamente con la morfina
preparada a base de codicia y manipulación.
Y el cacique, se mece mientras en el sillón
esperando a que el talón
entre por su cocina.
Fuerte desventura la tuya…
Ni piscinas ni sombreros,
Ni sombrillas ni hamaqueros.
Si te siguen violando, haz por mí una cosa: ¡Despierta majorero!