Otro año más llega el Día de Canarias y otro año más nos invade el fervor por lo nuestro. El Gobierno organiza bailes de taifas y paseos romeros con los que apoyar nuestras tradiciones. De buenas a primeras, la tele y la radio nos hablan de lucha, de pegas de botes, de arrastre de ganado y a lo mejor hasta de garrote. Los colegios se llenan de niños disfrazados que amasan pellas y todo es una explosión jubilosa de canariedad desbordante y cartón piedra.
Qué repugnantes pueden llegar a resultar expresiones como lo nuestro y nuestras tradiciones. Sobre todo cuando nos las repite como un guineo incesante una vez al año una televisión pública que ni siquiera retransmite las competiciones de lucha, o de vela latina. Una televisión pública en la que no tienen cabida las producciones audiovisuales de profesionales canarios, o en la que se da una visión estereotipada de lo que es ser canario; de lo que es hablar canario.
Qué regusto amargo ver niños vestidos de canario en los colegios el 30 de mayo, en los mismos colegios en los que los contenidos canarios brillan por su ausencia en el currículo, o dependen de la voluntad del profesor de turno. Hoy no hay duda de que la enseñanza debe partir del entorno del niño, de lo particular a lo general, pero el mismo Gobierno que celebra lo nuestro el 30 de mayo mantiene los contenidos canarios en la educación en un nivel mínimo.
Celebramos los restos de una vida rural ya pasada o moribunda que abandonamos a su suerte por los servicios; despreciamos el campo y el agro por rústicos, pero nos vestimos de mago un día al año para darnos golpes de pecho en bailes de taifas mantenidos con respiración asistida. Porque ¿cuántos de nosotros tocamos algún instrumento o cantamos algo más que la farola del mar? ¿Cuántos sitios conocemos donde surja espontáneamente una parranda o un baile de taifas no institucional?
Nuestras tradiciones y lo nuestro llevan camino de convertirse en un elemento decorativo conservado en formol que mostrar en una vitrina. Vistoso, pero muerto. Ese parece ser al menos el enfoque oficial, empeñado en acuñar un concepto de lo canario anquilosado, irreflexivo y vacío de contenido. Fachada rústica del Día de Canarias y poco más. No hay más que ver el trecho que separa el aplauso hipócrita a nuestras raíces de la promoción efectiva de una cultura rica y nuestra durante todo el año, en los medios, en las escuelas, en los barrios y especialmente entre los más jóvenes.
El contrapunto lo ponen infinidad de asociaciones y órganos culturales surgidos de entre la gente, empeñados en reinventar la canariedad del presente, una canariedad viva de raíces profundas y ramas que lleguen lejos. Somos nosotros, los canarios de a pie, los que hemos de apropiarnos del Día de Canarias y seguir dotándolo de contenido, a menudo a pesar de ciertas instituciones. Porque la cultura de este pueblo es, ha de ser, mucho más que el dictado de lo nuestro y nuestras tradiciones.