Sobrecogido. De otra manera no puedo calificar la sensación con la que salí del espectáculo «Canto al Trabajo», de la Compañía Pieles, o quizás sí, puede que haya muchas pero yo no soy capaz de encontrarlas. Fue el pasado viernes 27 de mayo en el Teatro Cuyás de la capital grancanaria.
Reconozco que acudí algo escéptico, probablemente es que uno ande prejuiciado por todas las veces que, en nombre del mestizaje y de la Aldea Global, ha presenciado como se juntan músicas, géneros e instrumentos sin mayor criterio pensando que así, sin más, el resultado debe ser siempre aceptable por el oyente complaciente, y también porque en esas fusiones, muchas veces, los géneros, instrumentos y sonoridades canarias salen perdiendo, cediendo todo el protagonismo a las de otras latitudes, quedando los isleños como mera comparsa agradecida que hace de acompañante, pero bendito y apabullante baño de criterio, sensibilidad e identidad recibí sentado en la butaca.
El de anoche fue un momento mágico, como aquel en el terrero donde el luchador sorprende al contrario y al espectador con una maña imposible e inesperada o como esa parranda improvisada que te coge echado cuando vas a echar un pisco y terminas amaneciendo. Mejor así, sin duda, porque te coge con las defensas bajas y porque hace que uno se trague toda la supuesta sapiencia de aficionado en la materia.
Todo era respeto a la identidad sonora, hasta el punto que todo era perfectamente reconocible, pero todo era, al mismo tiempo, también nuevo. Creación y recreación de la identidad a través de sonoridades, recordándonos que la misma no debe ser la sempiterna repetición de lo ya creado sino que en base a aquello y sumando aportaciones foráneas (con exquisito tacto y equilibrio) asistimos al parto y generación de algo nuevo e igualmente nuestro, como una criatura autónoma pero reconocible en la raíz.
El uso de elementos vinculados al trabajo de hombres y mujeres de las islas es exquisito en lo estético pero, obtener sonoridad de los mismos y hacerlo de esa manera es sorprendente e impagable. En otras palabras: el rescate de nuestro patrimonio sonoro no musical para convertirlo en elementos fundamentales que conforman música de calidad es algo pocas veces visto en esta tierra. Las lavanderas frotando la ropa, los majadores con el mortero gigante, las cernidoras, etc., formaban parte indisoluble de un todo maravilloso. Es de agradecer infinitamente que te recuerden de esta manera que todo lo tenemos delante y que sólo hace falta quitarle el polvo, vestirlo de limpio y sacarlo a pasear.
Las interpretaciones de los cantos de trabajo, del electrizante canto a las Ánimas y de los géneros más nuestros y más ancestrales volvían a nacer de la recreación exquisita, logrando parir algo nuevo pero profundamente reconocible a la vez. Por último, la comunión respetuosa del piano, contrabajo, violonchelo y trompa con el timple, lapas, tambores (nativos y foráneos), ajijides, palmas y silbo generan una atmósfera pocas veces vivida, donde uno se maravilla ante lo nuevo con el convencimiento, al mismo tiempo, de haberlo vivido antes.
Para finalizar, no puedo dejar de volver a agradecer infinitamente a Pieles la maravillosa revoltura que ocupa los sentidos y mucho más, sobre todo en estos días de canariedad de cartón piedra Made in China, donde la inmensa mayoría de las instituciones, empresarios y diferentes colectivos se quedan en la simple y manida corteza de identidad impostada.
Si tenemos que morir que sea con dignidad.
* Texto firmado por Antonio J. Rodríguez. El artículo fue remitido a la revista por correo electrónico para su publicación.