Nunca he sido yo muy de banderas o símbolos. Cuando algunos antiguos amigos parecían emblemas andantes, de tanta chapa como llevaban encima, yo siempre rehuí el andar pregonando ideas en forma de insignia en la solapa. Esto que digo no entra necesariamente en contradicción con aceptar su existencia e incluso cultivar cierto interés por el significado de algunos símbolos, cómo éste cambia con el tiempo,… Por eso, en un día como hoy, 44º aniversario de la creación de la bandera de las siete estrellas verdes, parecía obligado dedicar algunas líneas al asunto. Recuerdo que en mi primera juventud participé en alguna conmemoración de homenaje a la bandera nacional, pero desde luego no recuerdo la profusión de actos que se han programado este año. Mucho tiene que ver esto con su definitiva aceptación por gran parte de la sociedad de las islas como la enseña de los nacionalistas canarios. A partir de ahí, no se me escapa que hay gente a la que el que Coalición Canaria la haya aceptado como su bandera, le genera más malestar que otra cosa, por lo que consideran la desvirtuación del sentido y el significado original de la bandera que ideara Antonio Cubillo. No les falta razón, supongo, pero se hace necesario comprender el enorme cambio en nuestra sociedad que ha posibilitado el que una bandera clandestina se haya convertido en una bandera popular y que ya no puede ser patrimonio exclusivo de nadie. Está bien que la gente pueda ondearla, haciéndola emblema de sus aspiraciones, aunque no siempre sean exactamente las mismas que la alumbraron al nacer. Personalmente no le daría muchas más vueltas. Yo mismo, tan reacio antes a estas cosas, llevo hoy en mi solapa, cerca del corazón, una bandera tricolor con siete estrellas verdes en círculo. Un día es un día.