Los pibes que salían de colegios con modelos autoritarios de educación tenían la fama de andar, ya en el instituto, como cabras guanilas, soliviantados, perdiendo el tino por tantas libertades. Algo así pudo haber pasado con el Partido Popular en Canarias, rota la fila india en la que un personaje tan indeseable como José Manuel Soria mantenía a la formación.
En medio, el incipiente culebrón de la derecha insular nos ha obsequiado con algunas miserias que, a estas alturas de la historia, no queda claro si se trata de una triste realidad latente en nuestro país, o si, por el contrario, son atavismos trasnochados, que desde cierta caverna no se superan.
Y es que, en medio de las disputas sucesorias, varios dirigentes del PP en Canarias salieron diciendo clarito que qué es eso de que un palmero sea presidente de la organización «a nivel regional» (que dirían ellos); que ese puesto le corresponde a alguien de Gran Canaria. El propio delegado del gobierno estatal, Enrique Hernández Bento, tachó de «suicidio político» que Gran Canaria perdiera el peso que hasta ahora ha tenido en el PP.
Siendo justos hay que considerar que si a Asier Antona se le quiere adjudicar el adjetivo de «palmero», no debería ser por haber nacido en ninguna isla bonita, sino por su capacidad para dar palmas y palmaditas. Un adulón reconocido del líder de las offshore: lo que por aquí abajo se conoce como un culichiche. Pero no es por eso el desprecio, que eso en el PP se cotiza, sino por ser natural de Santa Cruz de La Palma.
Y entonces uno mira alrededor y ve que nuestras camisas se fabrican en Paquistán, los muebles los comercializan los suecos, el agua de Lanzarote la gestiona una empresa de Madrid, las papas son de Israel y para pegarles un tiro a las cabras de Guguy vinieron de no sé dónde. Que sale un vuelo cada poco a Londres, Manchester, Dublín, Barcelona y Dusseldorf; que hay seis islas en las que para estudiar en la universidad los chiquillos tienen que emigrar; que tenemos a miles de canarios, la mayoría jóvenes profesionales, viviendo en países de Europa y América. Que, mucha tricontinentalidad, atlanticidad, cosmopolitismo y ultraperiferia… pero que qué peligro si un palmero es presidente. Como le irritaría a la otra derecha, la de ATI – Coalición Canaria, que lo fuese un grancanario, dicho sea de paso.
Pero hay algo más grave que lo patético y cateto del asunto: ese insularismo, razón de ser de unos y otros, no se construye en torno a ninguna isla, elemento natural, al fin y al cabo, que vincula a la gente en un archipiélago, sino a los grupos de intereses que controlan parcelas de poder en cada una de ellas. No es que no conciban al Archipiélago y su potencial (que no lo hacen) sino que tampoco les preocupa lo más mínimo la Canarias que vive y sufre en cada uno de sus territorios. No es por Gran Canaria que rugen, como no lo hacen por Tenerife, y aun menos por su gente. Es por a quién llamamos para desatascar nuestro negocio o hasta dónde tenemos que ir para echarnos el café si queremos tratar con quien facilite lo nuestro. Son esos intereses, que se mueven entre lo personal, empresarial, lo político y lo especulativo, y que siempre son endogámicos, los que mueven el día a día de la política canaria, generando desequilibrios brutales, entre clases primero (quienes están en los círculos de poder y la mayoría social) y luego entre islas.
Como verán, con esta gente cuesta construir nada. Si Canarias quiere llegar a ser algo en el mundo tendrá que hacerlo fabricando complicidades al margen de esta dirigencia. Ese es «el régimen» contra el que los movimientos sociales y políticos canarios deberían apuntar si queremos vivir en un país verdaderamente desarrollado y democrático.
Sin embargo, me da que esto no puede hacerse desde el sucursalismo. Esta batalla, entre filiales, nos deja donde estamos. Primero, porque conviene estar centrado para comprender la dimensión de un problema que lleva siglos lastrando a Canarias. Segundo, porque sucursalismo e insularismo se han retroalimentado históricamente y lo siguen haciendo: son dos caras de una misma moneda. No hay nada más suculento para los grupos de poder endogámicos que contar con un «conseguidor» en la Corte. Y no hay mejor forma de sortear la necesidad democrática de que sea tu pueblo quien te dote de responsabilidad que convertirte en placentera marioneta del poder metropolitano. Y esto sigue siendo así en política, la pinten de vieja o nueva, se apelliden Antona o Pita.
Para muestra un botón: el aparente desenlace (por ahora) de la carajera por el control del PP en Canarias. Ni palmeros, tinerfeños ni canariones. Fueron llamados por Cospedal y puso orden. «Llego del godo y mandó a parar», en triste adaptación de la guaracha de Carlos Puebla. Desconfianza entre nosotros y obediencia al que viene de allá. Eso tiene un nombre, y es político, pero también sicológico y cultural. Muchos de los males restantes nos vienen por añadidura.