
En Canarias, para el año 2015, vivían un total de 684.817 personas entre los 0 y los 30 años según el INE. Por otro lado, las personas entre los 16 y los 25 años, es decir, los considerados jóvenes en edad de trabajar, soportan un paro del 48,9%. Casi la mitad de los canarios en esta franja de edad no trabaja según la EPA del último trimestre de 2015. Para esos jóvenes de menos de 16 años el futuro pinta como mínimo, complicado, para los mayores de 16, es un futuro sin esperanzas.
Al mismo tiempo, asistimos al mayor desentendimiento que los jóvenes hayan demostrado jamás por su realidad, por esta tierra. Es curioso ver cómo, no hace mucho tiempo, en épocas más complejas por la realidad política represora y el fascismo, los jóvenes tenían ese empuje que, junto a otros grupos sociales, demostraba que había ganas de avanzar, de luchar por cambiar la triste realidad que les rodeaba.
Sin ir más lejos, una gran parte de los movimientos políticos y sociales de los 60, 70 y 80 en Canarias, contaba con gran cantidad de entusiasmadas pibas y pibes que veían su futuro próximo de forma oscura. En aquella época, la dictadura y la transacción que pintaron de transición, acechaba cualquier movimiento que pudiera cuestionar el status quo impuesto, una vez el Estado español entraba de lleno en el mercado neoliberal al abrirse al exterior tras la muerte del caudillo. Sin embargo, los que portaban las pancartas, descontando a la clase obrera propiamente dicha, eran los jóvenes. Ambos grupos se entremezclaban siendo uno sólo y no había miedo. No importaba si en algún momento, la Guardia Civil empezaba a dar palos o a tirar pelotas de goma. Daba igual si un 12 de diciembre de 1977, este cuerpo entraba en la Universidad de La Laguna, pistolas en mano, y mataba a uno de sus alumnos, aunque fue un milagro que no murieran más aquel día. Aquello por lo que se luchaba era mucho más importante que lo que pudiera pasar. Tenía más valor que las represalias de un régimen dominado, como siempre, por las oligarquías, cuya presencia en Canarias parece impoluta, por mucha democracia que nos vendan.
Eran años de efervescencia, de pensamiento, de intelectualidad, de preocupación por buscar un trabajo digno, de ganas de conseguir una Canarias más libre, más justa, más solidaria, más cuidadosa con la naturaleza. Con voz propia, que no se dejara avasallar por nadie exógeno, y ni mucho menos, por nadie que viviera en las zonas aristocráticas de nuestras ciudades, las cuales todos conocemos.
Así, surgían movimientos en los que los jóvenes ocupaban un papel destacado. Si hacemos un repaso nos encontraremos con infinidad de huelgas, manifestaciones o luchas que son ya un referente del movimiento social isleño: desde Canarias Libre hasta Salvar Veneguera, pasando por la experiencia de un movimiento político como Pueblo Canario Unido, más tarde UPC.
Y la pregunta que ahora viene, no sin llenarse uno de rabia por pertenecer precisamente a este grupo, es: ¿Qué le pasa a la juventud?
Lo que veo a mi alrededor es un compendio de manipulación, ocultación y enajenación mental. Programas de televisión expresamente dirigidos a esta masa de población en los que, se vende un patrón de belleza y de comportamiento que sería denunciable en una sociedad moralmente avanzada. Música en la que se nos intenta inculcar la dominación del hombre sobre la mujer, el consumo de drogas como algo normal, o el vivir bajo unos estándares de riqueza y ostentación a los que no vamos a llegar nunca. Incluso, hay toda una industria cinematográfica, como no hollywoodiense, hecha por y para nosotros, con películas en las que poco menos que se intenta programar mentalmente nuestro comportamiento social, nuestras relaciones de pareja, nuestros hábitos de consumo, o nuestra actitud ante la vida. Una actitud siempre pasiva, pasota. El mensaje siempre es:
“Tú pásatelo bien, drógate, bebe, sal de fiesta y no te preocupes de nada. No pienses. No leas”.
Ojo, yo soy el primero que sale de fiesta a pasarlo bien, y considero que todos tenemos que hacerlo, hay que socializarse con la gente, no encerrarse en un mundo paralelo. Pero esto no puede ser lo que domine mi vida. No puede ser que la única inquietud que yo pueda tener como joven sea salir de fiesta, fumarme un porro, o tirarme al próximo tío o tía que me atraiga. Porque mi futuro no se decide en una discoteca escuchando reggaeton o delante del televisor viendo el fútbol. Se decide en los Presupuestos Generales del Estado, se decide en el Parlamento de Canarias, se decide en la calle. De verdad, ¿cómo puede ser que no estemos viendo que nos están privatizando la Educación, cuando ya existen en Canarias más universidades privadas que públicas? ¿Cómo es que en mi ambiente juvenil, nadie se inquieta al saber que probablemente nunca cobraremos una pensión pública después de jubilarnos? ¿Por qué nadie se pregunta qué hacen todas las tierras de cultivo vacías con el paro asfixiante que nos ahoga?
Ante esta falta de actitud para crear un proceso transformador de nuestra realidad, creo que debemos analizar el porqué. Como ya he dicho existe toda una industria de consumo y espectáculo pensada para manipular nuestro comportamiento, pero si nos vamos a la realidad isleña, veremos que también existen otras problemáticas. Si hacemos una encuesta sobre Historia, Geografía, Literatura, o incluso, Deportes Canarios entre la población de 16 a 30 años, veremos que la realidad es muy cruda. Seamos serios, ¿cuántos pibes o pibas han leído a Pedro García Cabrera y saben de su implicación ideológica para con su pueblo? ¿cuántos sabrían que aquel 12 de diciembre de 1977 murió asesinado el universitario Javier Fernández Quesada a manos de las fuerzas represoras? Siento ser dramático pero creo que no llegaría ni a la mitad de la muestra. Y es que no sólo estamos manipulados, nos han enajenado nuestra realidad social como grupo. El canario, pero en especial el joven, no sabe dónde vive, no conoce por qué sus abuelos emigraron a Cuba, no ha leído absolutamente nada sobre los procesos políticos de esta tierra. Es más, no tiene referentes culturales propios que le permitan crear una realidad mental, que haga de barrera ante la globalización cultural. Cuando en algún momento, en una clase o en el bar, sale a colación el debate político, muchos se inquietan, otros vociferan y otros simplemente callan. Es ese silencio. Existe todo un silencio de rigor que parece dominar la mente del canario, como si tuviera miedo o vergüenza, como si desde chico le hubieran enseñado a no hablar de temas políticos. Es algo que se descubre enseguida cuando uno sale de las Islas y va a cualquier ciudad de Europa. Allí no existe ese silencio, que aquí, es digno de estudio.
Es por todo esto por lo que soy pesimista. No es que no conozcamos todo lo que significa ser canario, es que ni siquiera nos han enseñado nuestros hitos como colectivo, como grupo social. ¿Dónde están los análisis en los institutos y universidades sobre lo que significaron todos los movimientos revolucionarios abanderados por la juventud? El mayo del 68 francés no lo encabezaron los mayores de 65 años, como tampoco fueron ellos los que encabezaron la lucha por salvar el oeste grancanario del cemento. Ojo, siempre hay abuelos revolucionarios que luchan por sus derechos, pero no son una generalidad.
Nos han robado la identidad como grupo social porque nos tienen miedo. Tienen miedo de que un día despertemos y, ante el impulso que la edad nos da, vayamos y arrasemos con todo lo establecido. Tienen miedo de que el joven canario deje de callar y empiece a reclamar lo que es suyo, lo que legítimamente le pertenece. Tienen miedo de que lleguemos a la conclusión de que “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, como nos decía Salvador Allende.
Por eso, al verme dentro de esta juventud enajenada y manipulada no me queda más remedio que ser derrotista. Pero al mismo tiempo y con todas mis fuerzas luchar por tratar de devolverles a los jóvenes de mi alrededor ese espíritu combativo y esas ganas de cambiar el mundo, de transformar Canarias. Por eso hago este artículo para la reflexión. Es el deber moral que tengo, sabiendo que me ha tocado vivir este momento histórico, tan vacío de contenido, tan vacío de realidad, tan falto de juventud, con todo lo que la palabra en sí mismo implica. No me puedo quedar indiferente ante este pasotismo generalizado.
Y es que ya lo dijo Gramsci: “Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes”.