Andan ciertos empresarios calientes con el Cabildo de Gran Canaria por la supuesta «inactividad» de la corporación insular. El cabreo es inversamente proporcional a la luna de miel que viven con el presidente Clavijo y su Gobierno, que se desvela por ellos. Ya lo dijo el presidente, el gobierno legisla para los empresarios «porque son los que crean empleo«, o sea riqueza para la sociedad. Por eso les regala como prueba de amor una nueva Ley del suelo con la que podrán seguir alicatando lo que queda libre de ladrillos.
Mucho podríamos hablar de un presidente que admite deberse no a la ciudadanía en general, sino a unos pocos. Habrá que agradecerle la franqueza. Mucho más llamativo, sin embargo, me parece ese concepto de riqueza, en virtud del cual al empresariado hay que dejarle vía libre para lo que se le antoje. Es uno de los mantras de nuestro tiempo: la emprendeduría, el libre mercado, el camino llano sin trabas ni normativas para el sector privado es lo que genera actividad económica fetén y por ende bienestar para todo el mundo y más allá. Poco importa que la realidad desmienta la trola día sí y día también. La matraquilla es continua.
¿Qué empleo han generado esos empresarios tan soliviantados con el Cabildo de Gran Canaria? El Archipiélago lleva años superando el récord de visitantes, hasta llegar a los trece millones en un país de dos millones de habitantes, además de superficie reducida. El turismo, la industria legal más lucrativa, genera en Canarias unas millonadas mareantes. Al mismo tiempo, las Islas presentan números propios de países en desarrollo: desempleo desatado y tasas de pobreza de vergüenza. ¿Dónde está el empleo? ¿Dónde va a parar la riqueza? Con las mejores condiciones imaginables, esos empresarios ni crean empleo ni generan bienestar para la sociedad. Fracasan estrepitosamente en ese pretendido papel de motor económico y fuente de parabienes. Pero, oiga, ni un asomo de autocrítica. ¡Qué va! Son ellos los que critican a otros, vaya usted a saber con qué legitimidad.
Me pregunto si es que son unos completos incapaces o si es el puro cinismo lo que los guía. Quizá haya algo de ambas cosas. Lo que sí parece claro es que nuestros empresarioconstructores se consideran parte de una élite, de una especie de aristocracia de pacotilla que se cree en el deber de dictarle a la sociedad el camino a seguir. De hecho, los miembros de a pie de esa sociedad somos un estorbo para sus negocios. Cuánto mejor no les iría con un Archipiélago vacío, sin indígenas por en medio importunando a esos veinte millones de turistas anuales a los que quieren llegar, como en los vídeos de promoción de Canarias, sin gente. Y el camino expedito de normativas.
Si en otros lugares la gran empresa, o eso que llaman la burguesía, puede llegar a servir de motor de desarrollo del país, en Canarias las clases equiparables y sus culichiches de la política hacen todo lo contrario, coartan toda posibilidad de desarrollo. Ven el país como su cortijo y a la ciudadanía como menores bajo su tutela, en el mejor de los casos. El progreso del país pasa necesariamente por que la ciudadanía recupere sus plenas facultades y se sacuda de arriba a tanto virrey de cartón piedra autoimpuesto.