Toda conmemoración es un ejercicio combinado de celebración y de memoria. Hay mucho que celebrar y mucho que recordar en el devenir de tantas y tantas mujeres canarias que han contribuído a que su familia, su barrio, su ciudad o pueblo, su isla y su archipiélago sean hoy un lugar mejor para vivir.
Hay que celebrar que las niñas que nacen hoy en Canarias tienen acceso a una educación gratuita; que se espera de ellas que se realicen en sus profesiones y que un día sean autónomas económicamente; que cuando sean mayores decidan cómo quieren vivir su vida y con quién quieren compartirla.
Todo esto es posible gracias al esfuerzo y la abnegación de sus madres y abuelas, muchas de las cuales no tuvieron estas posibilidades: hasta no hace mucho una mujer difícilmente accedía a la educación superior, muchas no tenían un trabajo remunerado y la autonomía económica era un sueño al alcance de unas pocas. Pero gracias al empeño de miles de abuelas y madres que supieron reconocer el rostro de los nuevos tiempos, sus hijas y sus nietas gozarán -ya están gozando- de los derechos que nunca debieron haber perdido: a una sexualidad y una maternidad libres, voluntarias y responsables; a una feminidad no encorsetada en clichés paternalistas o machistas. Gracias, como decía, al sacrificio de muchas mujeres. Las que están y las que ya se han ido.
Pero celebrar estos avances no debe impedirnos ver que queda mucho camino por recorrer. En Canarias, en el conjunto del Estado español y de la Unión Europea, sigue habiendo una brecha salarial que supera en muchos casos los diez puntos porcentuales. En nuestro continente, aquí al lado, se sigue practicando la bárbara mutilación genital femenina. En países de Asia, como la India, Pakistán o Afganistán, se mata o se tortura a chicas y mujeres en nombre del «honor de la familia». En toda Europa, desde Francia hasta Rusia, los mismos que dicen sentirse horrorizados por el aborto, no hacen nada por abrir nuevas guarderías o por financiar bajas maternales, recluyendo en sus estrechas mentes a las jóvenes del siglo XXI en la tarea de ser madres sin sueldo y de preparar la comida a sus maridos.
Son muchas las incertidumbres a las que hace frente la mujer canaria de nuestros días: una crisis económica que la castiga duramente; una política de recortes sociales que hace peligrar los avances que tanto costó conseguir. Queda mucho por avanzar. Que este 8 de marzo nos sirva para recordar con tanto cariño como admiración la labor de la mujer trabajadora desde La Graciosa hasta el Hierro, en la diáspora canaria y, de manera solidaria, en todos los rincones del planeta donde se libran batallas por el respeto a los derechos de la mujer. Que nos sirva también para mantener los ojos abiertos y apoyar el trabajo diario del millón de canarias que siguen haciendo cada día de nuestro país un lugar mejor para vivir.