Hoy escribo desde la tristeza. No me valen las derrotas gloriosas, porque para mí son lo que pudo ser y no fue. La actuación del Gran Canaria en esta Copa del Rey ha sido superlativa, digna de cualquier adjetivo con la que quieran ustedes adornarlo. Este equipo ha ido creciendo de forma sosegada y ya se ha asentado en la élite del baloncesto ACB y europeo. El Granca es el mejor equipo de baloncesto de las islas, que conste que me cuesta reconocerlo porque soy canarista, pero reconozco que muestra el camino a seguir.
Yo ya peino canas, algunas, y recuerdo incluso cuando el Claret se convirtió en el Club Baloncesto Gran Canaria. Sin embargo, en todo este proceso hay algo que me duele sobremanera: la desaparición del jugador canario del baloncesto de élite en nuestras islas. Yo recuerdo cuando los jugadores de estas islas, Pipi Cabrera, José Carlos Cabrera, Carmelo Cabrera, Matías Marrero, Pedro Ramos, Manolo de las Casas, Juan ‘el rana’ Méndez, Luis Martín Sa, Ricardo Bethencourt, entre tantos otros, jugaban y jugaban minutos de calidad.
En la actualidad, en este mundo cada vez más pequeño, es más fácil traer a un señor de Letonia y ahorrarse todo el proceso formativo, y eso me provoca tristeza. Por esta razón no quiero terminar esta reflexión sin hacer mención al club más antiguo de Canarias: el Club Baloncesto Juventud Laguna. Ejemplo de trabajo con los y las jovenes de la vieja Aguere durante sus 84 años de historia.