El filósofo y escritor Tommi Uschanov disecciona en su libro Por qué Finlandia es Finlandia (Miksi Suomi on Suomi, 2012) las características comúnmente asumidas como definitorias de lo finlandés. En un libro que a ratos recuerda a Roland Barthes y su Mitologías, Uschanov desentraña y reinterpreta muchos de los mitos en los que se asienta Finlandia, en una semblanza aguda de la que el país no siempre sale bien parado. Como por ejemplo cuando el autor señala que en la práctica política finlandesa no hay apenas referencias a la propia historia porque los finlandeses, incluida la clase política, sufren un profundo y generalizado desconocimiento de la historia de su país, aun siendo una de las sociedades con mayor calidad educativa del mundo.
La política canaria tampoco es que sea muy pródiga en referencias a la propia historia, cuyo profundo y generalizado desconocimiento tenemos en común los canarios con los finlandeses (y más cosas insospechadas que tenemos en común). El debate sobre las plantas de biomasa con que nos quiere obsequiar Ence lo pone claramente de manifiesto.
En debates políticos, noticias televisadas, tertulias radiofónicas, artículos de prensa se han venido exponiendo los pros y contras de la biomasa en Canarias: a favor, que contamina menos que el fuel que usamos actualmente, y que mientras llegan las renovables limpias mejor será biomasa como energía de transición que seguir quemando fuel. En contra, los efectos adversos para la salud de la población, el riesgo de introducción de plagas y especies alóctonas dañinas para el medio, el coste (y contaminación) de traer combustible vegetal desde América y África.
No me detendré en las falacias habituales cuando se habla de la revolución energética que necesita el país, como la de la solución energética de transición (biomasa o gas), que asume que el paso a renovables limpias ha de ser de cero a cien por cien del abasto de un día para el siguiente. O la del famoso carácter fluctuante (es decir, poco fiable) del sol y el viento, cuando hay infinidad de soluciones técnicas viables hoy para afrontar las oscilaciones (acumuladores en forma de saltos de agua, parques móviles eléctricos, baterías domésticas, etc). Tampoco entraré en las políticas de primas que frenan la implantación de renovables limpias, y que imponen los que luego se dan golpes de pecho con la libertad de mercado y la libre competencia.
Sí quiero centrarme en el concepto clave, definitorio, insoslayable, repetido una y otra vez en nuestra historia, y sin embargo ausente del debate: la dependencia. A lo largo de su historia Canarias jamás ha decidido su régimen económico, nos ha venido siempre impuesto desde fuera, para defender intereses distintos de los nuestros. Al igual que quienes vinieron con la caña de azúcar, el vino, el plátano o el turismo, Ence viene a Canarias a hacer negocio, no viene a satisfacer nuestras necesidades energéticas. Esas necesidades quedarían, nuevamente, a merced del rédito que saque una empresa foránea de la explotación de su actividad en el Archipiélago. Cuando la actividad dejara de interesarle, o los costes se dispararan (por ejemplo por un alza del precio del crudo), la abandonarían y adiós, muy buenas, ahí se las compongan.
La clave, pues, está en tomar el control de nuestro propio abastecimiento energético para que el futuro de los canarios no siga dependiendo cada vez más de la cuenta de resultados de empresas que hacen negocio aquí pero se llevan los réditos allá. Esa toma de control pasa necesariamente por aprovechar el viento y el sol, y que ese aprovechamiento quede bajo control canario. De nada sirve que la eólica y la solar, entre otras, las controlen las grandes empresas energéticas. Estaríamos en las mismas. La clave para rechazar de plano las plantas de biomasa de Ence reside en la no dependencia, en la soberanía para decidir nuestro régimen energético en función de nuestros intereses, no de los de otros. La clave ya la da nuestra historia. No conocerla es dar palos de ciego.