A falta de noticias buenas para la política canaria, tengo que quedarme con una que, a mi juicio, no ha tenido la repercusión que debiera: la salida de Domingo González Arroyo, alias «Marqués de La Oliva», de la vida pública. Por supuesto, no se trata de una jubilación voluntaria. El personaje no fue despedido en loor de multitudes, con el cariño de sus vecinos por su abnegación en el servicio público. Tuvo que ser la Justicia, que tantas veces erró, la que finalmente inhabilitara por nueve años al «Marqués». A sus 75 años actuales -84 al fin de la inhabilitación- parece poco probable que el inefable González pueda tener opciones de salir elegido en unas hipotéticas futuras elecciones municipales o autonómicas. Ya era hora.
Semejante personaje ha estado décadas en el machito. Algunos crecimos viendo sus gafas de secreta en la prensa insular, leyendo sus exabruptos, conociendo sus desmanes. Ya era concejal durante la dictadura y, por aquellas cosas de la endeblez democrática canaria, siguió siéndolo en democracia; luego alcalde, consejero, senador, parlamentario… Principalmente a sus votantes cabe tal deshonor, pero también a las cúpulas de partidos varios que lo acogieron en su seno y lo presentaban sistemáticamente, sabedores de la cantidad de votos cautivos que aportaba «el Marqués». No acaba con la carrera de González Arroyo el caciquismo en la vida pública canaria, qué más quisiéramos. Casi puede uno recorrer todos los municipios de las ocho islas habitadas, con contadas excepciones, y señalar quién ejerce la función de padrecito benefactor, que da puestos de trabajo, a condición de que todo un pueblo mire para otro lado, mientras él se dedica a lo suyo. Estas miserias están bien repartidas entre Coalición Canaria, Partido Socialista y Partido Popular.
En ese juego muchos participaron y participan; no sólo los políticos profesionales. Pudo haber quien tuviera miedo a represalias pero jamás pensé que la corrupción fuera una característica exclusiva de aquellos ciudadanos que se dedican a la política. Por otro lado, nadie puede asegurar que en La Oliva no surja un nuevo Marqués. El sistema productivo neocolonial, esta alianza entre intereses empresariales y políticos, la fragilidad de nuestro sistema democrático,… no indican necesariamente lo contrario. Sin embargo, ahora toca celebrar que el 2015, aunque no nos trajo demasiadas buenas noticias en sus postrimerías, si nos quitó de encima uno de los lastres que aquejaba a nuestra querida tierra majorera. Ya sólo por eso, vale la pena encarar con optimismo el 2016.
P.S: Este texto fue escrito antes del sainete de esta semana. Pensé en modificarlo, para adaptarlo a la realidad de los últimos acontecimientos. Finalmente, opté por mantenerlo tal cual, salvo por esta adenda, como homenaje a una tierra donde lo inverosímil se convierte en lo cotidiano con demasiada frecuencia.