El próximo 21 de febrero se celebrará una nueva edición del Día de las Letras Canarias, esta vez dedicado a la figura y obra del poeta Pedro Lezcano Montalvo. Esperemos que el 2016 nos traiga una celebración menos pacata que la de otros años, donde prácticamente se ceñía el asunto a sendos actos institucionales en LPGC y SCTF. Sólo el buen hacer de bastantes bibliotecarios y algunos profesores de nuestras islas consigue atemperar algo la pobreza con la que nuestros sucesivos Gobiernos han despachado una ocasión que han logrado hacer pasar casi a la clandestinidad. Sobra decir que no me refiero exclusivamente a una pobreza material, que sería rápidamente justificada por la tan conveniente explicación de la crisis, sino a la escasez imaginativa a la hora de reivindicar el acervo literario de nuestro pueblo. Debe ser que no se lo creen. Son esos bibliotecarios y profesores quienes organizan lecturas, exposiciones, sugieren volúmenes, cuelgan carteles, etc. y mantienen así viva la llama que otros, por su desinterés, siempre están a punto de apagar. Menos mal que existen.
Pedro Lezcano fue tremendamente popular en vida, no sólo por su obra literaria sino por su carrera política. Parlamentario, presidente del Cabildo de Gran Canaria, Lezcano siempre estuvo ubicado en el nacionalismo asamblearista de izquierdas. Él, que había nacido en Madrid, comprendió y expresó como nadie la problemática de un pueblo que además de resolver todo lo demás, debe encontrarse, afirmarse y, sobre todo, acabar con su indefensión aprendida. La Maleta no es su mejor poema, pero sí probablemente el que más caló en mucha gente, como pocos poetas pueden presumir de haber logrado con una sola creación. Solidario, humanista, polifacético creador, intelectual comprometido, altavoz de injusticias,… Pedro Lezcano nos sigue haciendo mucha falta. No se me ocurre mejor homenaje que reivindicar su legado y transmitirlo a todas esas generaciones de jóvenes canarios a quienes corresponde la tarea ilusionante de construir ese país que Lezcano soñó, entre sirocos isleños, barquillas atuneras que nunca retroceden, espaldas que se juntan y aquel Corredera de leyenda.