Me paso el día observando los barrancos, lo profundos que son, sus escarpes, cómo la vegetación se ha abierto paso para habitar paredes tan verticales que dan vértigo observarlas. Me llaman la atención, particularmente, los barrancos del sur de Tenerife, ¡verdaderamente profundos!
Estos días atrás llovió en la isla y el sur se puso verde “clorofila”, como a mí me gusta llamarlo, por aquello que me recuerda a unos chicles de la infancia, manías que uno tiene. Ahora, hace un calor tremendo. Los registros anuncian una inusitada temperatura para el mes de diciembre, y todos nos echamos las manos a la cabeza diciendo, ¡qué le pasa al tiempo! y solo puedo responder de una manera sencilla; el tiempo pasa.
Nuestras islas, como nuestros barrancos, han sufrido años de variaciones geológicas que han conformado su aspecto. Las poblaciones canarias datan de mucho antes de la conquista española, pero no fue hasta hace poco tiempo cuando los y las habitantes de este territorio, nos hemos dedicado a variar el cauce de nuestros barrancos, y con ello también a cambiar los tiempos.
La semana pasada explicaba a un grupo de técnicas y técnicos deportivos la importancia del entorno en el que desenvuelven su actividad docente, en este caso el entorno es el marino. Les llamaba la atención sobre cómo se han ido perdiendo espacios costeros en los últimos treinta años, ello ante la impávida mirada de quien se preocupa por otras cuestiones más relacionadas con la supervivencia diaria.
Tocan tiempos nuevos, los tiempos cambian, el frío da paso a la calima, y todos y todas vemos cómo el paso del tiempo hace cambiar nuestra forma de entender el entorno que nos da cobijo. Por eso, les decía a estas docentes, expliquen qué pasa cuando no se respetan los tiempos, qué pasa cuando usas mal los tiempos. Al final, quizás, estés perdiendo el tiempo.
Adrián García Perdigón.