Cada vez que veo cómo desmontan una parcela agrícola para transformarla en algo inerte como un edificio, un aparcamiento o una nave comercial, me vienen a la cabeza esos miles de años, esa cantidad de energía y tiempo que ha dedicado la naturaleza para convertir una roca en tierra fértil. Y más en nuestras Islas, en las que muchos hombres y mujeres se esforzaron en modelar el paisaje, quitando piedras, construyendo paredes, sorribando, convirtiendo zonas prácticamente improductivas en trocitos de tierra preparada para ser cultivada.
En el mundo, la superficie de suelo fértil es cada vez menor. Según la FAO el 33% de los suelos está altamente degradado por la erosión, salinización, compactación, etc. En Canarias, según el Departamento de Edafología y Geología de la Universidad de La Laguna, el 43,4% de la superficie de Canarias sufre una pérdida de 15 Toneladas de suelo por hectárea y año por la erosión, datos que nos sitúan en el límite de lo tolerable . A eso añadimos el que no estamos contabilizando las pérdidas ocasionadas por los cambios de uso del suelo, debido al desmesurado desarrollo urbanístico.
Proteger el suelo es proteger el futuro. El 95% de los alimentos proceden directa o indirectamente del suelo. Si hablamos de seguridad alimentaria, la protección de los suelos es imprescindible, en ello nos “va la vida”. La disponibilidad de alimentos depende de los suelos. En este sentido, dado el carácter limitado del territorio insular y la elevadísima dependencia que existe del exterior de productos necesarios para el sostenimiento de la población, el suelo se convierte en un recurso estratégico que tenemos que conservar y cuidar para disminuir esas tasas de dependencia y lograr, a largo plazo, nuestra plena Soberanía Alimentaria.
En Canarias la pérdida de suelo apto para la agricultura y ganadería ha sido devastadora en las últimas décadas. Muchas de las mejores zonas, con los mejores suelos de las Islas, han sido ocupadas por urbanizaciones, carreteras, centros comerciales e infraestructuras varias. Además, habría que evaluar también cómo ha afectado a los suelos la agricultura intensiva, debido al abuso de fitosanitarios, fertilizantes químicos o el mal uso de la maquinaria agrícola.
Las políticas y el modelo desarrollista llevado a cabo estos últimos años por el Gobierno de Canarias y por el resto de las administraciones públicas insulares y municipales han provocado que muchas hectáreas de suelo fértil quedaran sepultadas bajo toneladas de hormigón, con una planificación del territorio que ha estado dirigida por los intereses especulativos de las grandes empresas dedicadas a la construcción, y extendiendo la idea de lo rural o agrario como sinónimo de atraso, imposibilitando la puesta en valor del suelo como un recurso indispensable para garantizar la vida entre la población de las Islas.
Y en Canarias si queremos apostar por la Soberanía Alimentaria, en donde las personas podamos acceder a una alimentación saludable, a la vez que decidir colectivamente dónde y de qué forma producir nuestros alimentos, tenemos que pensar en el suelo desde todos sus aspectos: su sustentabilidad y biodiversidad, el acceso de las personas a la tierra y la planificación de los usos del territorio que garanticen las políticas de protección de este recurso vital para el futuro de las Islas.
Para ello, es imprescindible que se tengan en cuenta a los agricultores y agricultoras, ganaderos y ganaderas, que hacen un uso sustentable del suelo, favoreciendo el aporte de materia orgánica y conservando nuestra rica biodiversidad agrícola. El mundo rural canario atesora un conocimiento tradicional que ha permitido conservar este recurso tan valioso durante muchos años, por lo que mantener y transmitir este conocimiento se convierte en una herramienta indispensable para la preservación de los suelos en nuestro Archipiélago.
Además es precisa la participación activa de la población en la toma de decisiones que se lleven a cabo en la ordenación sostenible del territorio, para garantizar la preservación del suelo y a partir de ahí podamos, entre todas, acordar cómo queremos que sean nuestros alimentos, nuestro futuro. El suelo, la tierra, es quien sostiene nuestras vidas. Debemos abrir nuestros horizontes vitales más allá de nuestra propia existencia –en el caso de los seres humanos- y más allá de los procesos electorales –en el caso de las políticas y las administraciones públicas-, asumiendo la necesidad que tenemos de hacer perdurable la calidad y la cantidad de nuestros suelos, porque en ellos nos va la vida. La nuestra y la de las generaciones futuras.
Fátima Cubas / Creando Canarias.