Sucede con frecuencia que los clubes de fútbol, cuando los resultados deportivos no acompañan, optan por cortar la cabeza al entrenador de turno. Esta salida siempre es más sencilla y económica que cambiar media plantilla, la plantilla entera o la junta directiva, que también pudiera ser. Los clubes canarios no son ninguna excepción. Tanto la Unión Deportiva Las Palmas como el Club Deportivo Tenerife han recurrido recientemente a tan drástica solución como posible vía para atajar la deriva futbolística. Dejo a los entendidos si fueron decisiones acertadas. Más me interesa ver cómo, indefectiblemente, se soslaya la posibilidad -que ya ni se menciona- de recurrir a un entrenador del país para afrontar estas situaciones críticas, no digamos ya la normalidad de una temporada sin mayores altibajos. En este punto, traigo las palabras de Marcial Morera, lingüista canario y profesor de la ULL, autor de varios trabajos impagables sobre el habla canaria y que en su obra En defensa del habla canaria nos deja esta cita lapidaria:
“Eso [alienación y sometimiento] es lo que lamentablemente le ha sucedido al pueblo canario durante sus seiscientos años de existencia. Este sometimiento a los valores centralistas ha determinado que el isleño sienta una profunda desconfianza hacia las capacidades de sus paisanos, una profunda sensación de orfandad. Por ello, prefiere ser representado por un forastero antes que por una persona de su tierra. Esto explica que, cuando en el Archipiélago se intenta poner en marcha algún proyecto de envergadura, el primer impulso del hombre de las Islas sea, por lo general, traer un “jefe” o un “capataz” de fuera. Como si le costara quitarse de encima el medio milenio en que él fue un mero bracero y su tierra una inca de caña de azúcar, vid, plátanos o tomates de los europeos.” (p.79)
Coincido con Morera en que estamos ante una cuestión trascendental, que trasciende a otros ámbitos de la vida canaria, el deporte, la sociedad, la religión, la empresa, la educación, los medios de comunicación, la economía, la fiesta y, cómo no, la política. Si bien en el ámbito de lo público el autogobierno ha llevado la representación de los canarios en sus instituciones a cotas de normalidad, pareciera una excepción. En muchos otros campos podemos ver esa inhibición, esa dejación ante individuos, muchas veces peor preparados que nuestros paisanos, que son encumbrados por el simple hecho de no ser canarios. Un entrenador sin experiencia alguna, así, sólo puede aspirar a entrenar a un equipo profesional en Canarias. En ningún otro lugar, podría saltarse la secuencia lógica de entrenar equipos de categorías inferiores, de curtirse al menos algunos años en los niveles más bajos para después, poco a poco, ir ascendiendo de categoría. Sólo en Canarias es posible, con única condición: que no sea canario. Porque si se trata de un entrenador canario, entonces se encontrará con un techo de cristal situado, más o menos, en la Tercera División Canaria, de donde probablemente nunca saldrá. Creo que no exagero si digo que también hallaría el rechazo, más o menos consciente o convenientemente disfrazado, de buena parte de la prensa deportiva y hasta de la afición. Entrenadores, concejales de “cultura”, directores de galas carnavaleras, gerentes de empresas, etc. Todos encuentran en Canarias la posibilidad de medrar ante la complacencia de nuestros paisanos, que jamás darían tantas oportunidades a un canario. Y así nos va.