Me encontraba en la sala de espera del hospital, cuando llegó la hija de la señora que estaba frente a mí con la noticia. El gesto que realizó la señora al escuchar las palabras de su hija me transportó directamente a aquella teoría del capital humano estudiada en Sociología de la Educación. Teoría que consideraba la inversión en educación como algo necesario para aumentar la capacidad de ganancia futura, como una cuasi-garantía de movilidad social, inversión que realizaron muchas familias canarias para que sus hijas e hijos tuvieran acceso a una vida mejor. El ascenso social a través de la educación, este es el modelo proyectado para mi generación, en el que estábamos inmersas antes de nacer, y en el que nuestras madres y padres creyeron fervientemente.
De vez en cuando, en alguna reunión, festejo, visita, veo la tristeza en los ojos de muchas madres y padres de colegas, familia, amigos, cuando se dan cuenta de que ese esfuerzo económico no se ha materializado, o peor aún, que nunca se materializará. Porque sí, invirtieron mucho dinero, pero también vida en ese plan de futuro.
También, más a menudo de lo que me gustaría, observo gestos de incomprensión cuando las y los progenitores escuchan; “la hija de fulanito está contratada fija”, pero la suya no. Ello sin olvidarnos de los momentos de pura tensión que se plantean en las familias, las dudas sobre si los esfuerzos de sus descendientes han sido los adecuados, la elección del camino profesional y así con las diversas decisiones que éstas van tomando.
Digamos que no se trata solo de una cuestión de rentabilidad económica, ¡que también! sino de rentabilidad emocional y social. Las expectativas que un modelo generó en las vidas de aquellas que hicieron lo que había que hacer, se van agotando, frustando. No es que no estén orgullosas de sus hijas e hijos, en el fondo saben que no es culpa suya; es que de alguna manera se les frustraron los sueños, del “yo no pude, ellas podrán” pasaron al “yo no pude, ellas tampoco”.
La cosa para mí toma todavía más trascendencia cuando a estas ansias se suma una perspectiva de género que entendemos muchas hijas de madres que quisieron y nunca pudieron y que, claro, depositaban en nosotras todas las esperanzas de abrazar la universidad, la realización profesional, el mundo, la vida independiente… Por eso no pude evitar hacer lo propio cuando aquella madre rompió a llorar porque su hija consiguió un trabajo, de lo suyo. Comparto la alegría de la hija y de la madre como si fuera la nuestra, madre.
Autora: Estrella Monterrey / Creando Canarias