El Sitio de Baler (Filipinas) duró casi un año. Los últimos españoles resistían en una iglesia. El país asiático había cambiado de dueños, ahora era Estados Unidos. En dicho asedio murieron varios militares y clérigos españoles, a la vez que sobrevivieron algunos. A ellos la historiografía oficial los llamó «Los últimos de Filipinas», en honor a su resistencia. El franquismo y su aparato de propaganda se encargaron de difundir el hecho, promocionando una película en 1945. Casi coetánea fue la Guerra de Independencia de Cuba. La isla caribeña se levantó contra el dominio español. La pérdida del territorio dejó para la posteridad la frase «Más se perdió en Cuba», que luego usara la cadena nacionalista Intereconomía para titular un programa de debate muy escorado a la derecha.
La historia que sigue escribiendo el nacionalismo español habló de «Desastre de Annual» en la década de los 20 del siglo pasado. Sin embargo la derrota fue la simple resistencia rifeña en esta zona del hinterland español al norte del continente africano. Allí los españoles tienen el dudoso honor de ser una de las primeras potencias en utilizar el gas mostaza contra la población civil, como narra el documental «Arrhash» de Javier Rada y Tarik El Idrissi. El mismo lenguaje nacionalista reclama la soberanía de Gibraltar, territorio dentro de la Península Ibérica. Lo que no dice es que la ocupación británica fue reconocida por el Tratado de Utrecht en 1713. Se habla de colonia para definir a Gibraltar, pero no se discute por ejemplo la soberanía española en Ceuta y Melilla, ciudades situadas en el norte de África y dentro del estado de Marruecos.
Es curioso que el imaginario nacionalista español no hable de dejación de funciones en el Sáhara, territorio a poco más de 100 kilómetros de Canarias, en donde se produjo la conocida como «Marcha Verde» en 1975 y que derivó en el sometimiento de Marruecos a nuestro país vecino. Seguramente la amistad entre monarquías primó y aquí no ha pasado nada. Los saharauis a Tinduf y la MINURSO (unidad de las Naciones Unidas para garantizar el Referéndum del Sáhara Occidental en el territorio desde 1991) a mirar para otro lado. No es una historia agradable para el discurso españolista, por eso se aparca. Es más rentable denunciar las «tropelías» británicas en Gibraltar.
El nacionalismo español tiene sus fobias. Lo que más odia es el «nacionalismo» periférico, o lo que es lo mismo, el país que reclama sus derechos nacionales perteneciendo políticamente al Estado español. Los catalanes están ahora mismo en el centro de la diana. Se atreven a pedir un referéndum de independencia, pero eso es «inconstitucional». Como nuestra consulta popular sobre el petróleo, vamos, pero ellos lo exigieron con más fuerza. Ante la imposibilidad de llevarlo a cabo de esa manera, los osados independentistas están usando las elecciones del próximo 27 de septiembre para que la ciudadanía se pronuncie. Eso es una auténtica declaración de guerra para el nacionalismo, que ha tenido que recurrir al mensaje del miedo (corralito financiero, fuera de la Unión Europea, advertencias de Cameron y Obama, anulación de la Autonomía solo si gana el sí, etc.).
Cada encuesta es una guerra de cifras, de interpretaciones, de amenazas. Una de los últimos sondeos de Metroscopia da la mayoría absoluta a Junts pel Sí y la CUP, con 78 escaños cuando la mayoría está fijada en 68. A eso le sumamos que los catalanes se han metido en el terreno más sagrado del nacionalismo español actual: el deporte. Resulta que a Junts pel Sí le ha dado por colocar a Piqué y Ramos en el mismo vídeo y escribir en una pared imaginaria «mejor vecinos». Para más inri Piqué tiene la camiseta de la selección catalana. A su vez España se proclama campeona de Europa de baloncesto y a alguno le da por pensar qué haría ese equipo sin el catalán Pau Gasol. Esto ha dado pie a que la prensa deportiva también se ponga en pie de guerra.
Leo, escucho y veo muchas cosas. En Canarias, algunos alzan la voz en tertulias condenando la osadía catalana. Han asumido el discurso español. No veo a nadie defender lo contrario, pero ni siquiera recordando que vivimos a más de 2.000 kilómetros de Barcelona, que a nosotros poco nos afecta lo que pase este 27-S, más que para acudir a una nueva perreta españolista sea cual sea el resultado. No entro a valorar si España roba a Catalunya o Catalunya a España. Lo que sé es que Canarias tiene una deficiente financiación autonómica, póngase como se ponga Asier Antona y perdone lo que se perdone con el ahorro del IGTE (Impuesto General sobre el Tráfico de Empresas). La recuperación del IGTE, cifrada en unos 190 millones de euros, parece una medida electoralista más del PP, que sin embargo no cubre los 800 millones menos que se calcula recibe el Archipiélago cada año.
Como ven, el caso catalán poco puede arreglar nuestra realidad. Solo recordar el derecho inalienable de cada pueblo a decidir su futuro, algo que por supuesto no entra en la cabeza del pensamiento nacionalista español. No creo que nuestro papel en la historia sea el de asumir el rol de los últimos de Filipinas. Y menos si tenemos en cuenta nuestro tránsito histórico, lleno de personajes como Pedro de Vera, Hernán Peraza o Alonso Fernández de Lugo. Nombres que siguen ocupando calles y plazas del Archipiélago. Protagonistas que son tratados como adelantados o visionarios. Esa historia también la escribe el mismo imaginario nacionalista.