
¿Has soñado alguna vez con ballenas? Yo sí.
Si pudiera elegir entre mis sueños me quedaría con uno en el que volaba sobre volcanes y otro, en el que nadaba junto a ballenas. Una vez era una líder maorí desnuda que cabalgaba gigantes azules, era como la niña de corazón estremecido en la extraordinaria película neozelandesa «Whale rider».
Ballenas azules, boreales, jorobadas, orcas, cachalotes, calderones tropicales, zifios, delfines listados… más de 30 especies de cetáceos navegan por los senderos de mar entre nuestras islas. Es normal soñar con ballenas teniéndolas tan cerca. Hay gente que en lugar de imaginarlas se dedica a exponerlas en urnas de cristal para que todos digamos «ohhh” desde un cómodo banco. Hay gente que olvida que la belleza está en la libertad.
Una ballena rorcual boreal que un día varó en las islas se convirtió en el símbolo de la costa de Los Silos. Su esqueleto convertido en escultura devolvió conciencia del lugar en el que estamos. Estamos en el mar aunque no veamos el fondo.
A partir de esos huesos surgió el Festival Boreal, un océano de culturas. El océano en la tierra, la tierra en el océano. Así me sentí el sábado pasado cuando disfruté de la exposición itinerante de Cetacean, en el marco del festival, donde descubrí secretos de ballenas
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-¿Tienen dientes las ballenas? Preguntó Véntor a la responsable de la exposición.
-Lo que tienen las ballenas son barbas por donde filtran el krill antes de comérselo.
Es curioso que los mamíferos más grandes del mundo se alimenten de crustáceos mínimos. Es curioso que las gigantes sean mansas y canten bajo el mar, otorgando la música al silencio. Por eso, el Boreal nos regala canciones en la tierra para homenajear la vida en los océanos.
La conexión de la gente en las calles saladas de los Silos fue increíble. El buen rollo, niños y niñas haciendo marionetas mágicas con Claudia Gaitán, los cuentos de Andina Gomes con olor a puchero caboverdiano, caballitos reciclados dando vueltas con energía de carne y hueso, los sonidos del cuerpo de Raúl Cabrera, sonrisas en las aceras, el arte de Nadia Monteiro en las paredes, besos en los peldaños… Y la música de ballenas sonando, Caracoles y su rumba saltona, Brushy one-string y su solo llenando oídos, Kimi Djiabaté y el homenaje a su pueblo. Todo iba sucediéndose tan bien que no existían corta y pegas sino una voz cambiando al ritmo de las olas. Subió Felóche como un gigante azul que tocó el corazón de un público que entendió que la música puede salvarnos de la monotonía, de los fracasos… Subió para explicarnos que la cultura puede hacernos ver lo bello de la raíz y lo bello de lo eléctrico, culminando en lo más ancestral, en silbos de Rogelio Botanz, en tambores y chácaras que retumbaron gigantes.
Yo me fui tras él (tengo un niño de 3 años que estaba muerto de sueño). Pero las olas continuaron atizando corazones en la Isla Baja, pero la música siguió limando las manos de 10.000 personas que comprendieron que el espíritu de la ballena está en Los Silos.