Esta carta nace de un profundo amor y de un profundo desacuerdo. Amor por mi ciudad, Palmas de Bardinia; desacuerdo con algunas de las cosas que dices sobre ella cuando hablas de tu abuela Dácil, de Latines, el periodista, y de Huston, el director de cine americano… o irlandés, como te gusta decir a ti. Lo he pensado mucho antes de ponerme ante el papel. Cuando le comenté a un amigo lo que iba a hacer me dijo que estaba loco. Me dijo que tú eras… disculpa si te ofendo… un personaje de ficción. Yo, aunque no lo creí en ese momento, me asusté un poco al ver su cara. ¡Joder, si está en un libro!, -me dijo, ¿cómo va a ser un tío de verdad? Hazme caso, Tino, tanto estudiar te va a volver loco algún día…
Pero yo sigo sin creerme lo que me dijo mi amigo. ¿Como vas a ser un personaje de ficción si hace unos días estuve discutiendo contigo? Sí, fue cuando oí aquello de que Palmas es un lugar incapaz de contener vidas completas. ¿Recuerdas estas palabras? Te preguntarás, seguramente, que quién soy yo y cómo sé de estas palabras. Quién soy, no tiene ahora importancia, créeme. Bueno, digamos que soy alguien a quien le contaron la historia de tu abuela mientras tomaba un café, sentado en la terraza del Hotel Madrid. No te extrañe: la historia de tu abuela es ya parte de la historia de la ciudad. De nuestra ciudad. Tengo que reconocer que cuando oí tus palabras me enfadé. Aún más cuando luego dijiste que nuestras vidas hay que salir a completarlas o traerlas medio vividas.
Yo, Sergio, no creo que los lugares sean incapaces para nada. Tampoco capaces. Los lugares son lo que nosotros hacemos de ellos. ¿Un lugar maldito?, quizás. No, ya sé que no te refieres a eso. Te refieres a los transeúntes, como John Huston, por ejemplo. Ya, ya lo sé.
¿Sabes? La historia que me contaron es muy bonita. En cierto modo, la historia de tu abuela es la historia de la ciudad de 1950 en adelante. Por eso, también, escuché con tanta atención a aquel señor desconocido que se me acercó junto al busto de Cairasco y me preguntó que si podía sentarse. No me extrañó, puesto que estaban todas las mesas ocupadas. Al principio un poco molesto, luego ya más relajado y, por último, con interés, escuché las historias de Dácil, tu abuela, de Latines, su buen amigo, y de Huston, aquel director que vino por primera vez para ya dejar siempre una parte de sí entre las calles de la ciudad.
Sí, me pareció interesante, pero no pude evitar irritarme cuando me contaron que para ti Palmas era un espejismo, una ciudad que había sido construida sobre las huellas fugaces de los viajeros que hicieron de ella una posada. No pude evitar preguntarme qué papel habían desempeñado entonces tantas generaciones de personas que habían vivido en la ciudad sin haber salido nunca, muchos de ellos, siquiera de sus barrios, salvo para ir a trabajar. ¿Ellos no construyeron la ciudad? No, perdona, Sergio, pero yo creo que te equivocas. Que infravaloras el papel de tantas y tantas personas que han puesto lo más precioso de sus vidas en Palmas. Otros no tuvieron tanta suerte…
Como tu abuelo, por ejemplo, que tras sufrir la Guerra de España como tantos otros vecinos suyos, se le medio pudrieron los huesos en cárceles de Franco para luego terminar de pudrírseles en el sueño a Venezuela.
La ciudad, a la que a veces conviertes en ciudad-isla. Me cuesta entender cómo puedes decir que en Palmas de Bardinia, los transeúntes marcaban la vida de la isla, y sus habitantes ni siquiera sabían que ellos también eran transeúntes en una isla a la deriva. De verdad -ahora que ya han pasado algunas semanas desde que me contaron esta historia- no es que me enfade recordar las palabras que un día salieran de tu boca, sino que no puedo entenderlas. ¿Recuerdas la hermosa gesta de los aparceros yendo a la costa a combatir la plaga de langosta sahariana? Todos armados con antorchas luchando contra aquellos gigantescos monstruos que eran las enormes masas de langosta. ¿Lo recuerdas? ¿Isla a la deriva? ¿Transeúntes? ¿O personas valientes haciendo frente a los infortunios de la naturaleza para seguir viviendo y sacando adelante a sus hijos? Donato, tu padre, estuvo allí. Lo sabes bien.
Muchas personas valientes han habitado nuestra ciudad, Sergio. Párate a pensarlo. Por ejemplo, el hombre que te salvó la vida, el doctor O’Shanahan. Aquel tifus casi te quita de en medio, pero la sabiduría y la humanidad de don Rafael te devolvieron a este mundo, a esta ciudad. Luego, comentarías que el no aceptar el dinero fue un gesto irlandés dictado por el atavismo de la sangre. Es posible; por desgracia no conocí a ese gran hombre. Pero me extraña que hasta la sangre de este señor fuera transeúnte. Sólo eso.
¿Y qué me dices de Latines? Como periodista fue grande, pero como alcalde no lo fue menos. Y su sueño… ¿Lo recuerdas? Palmas de Bardinia como centro cultural y económico del océano Atlántico. Hermoso sueño.
No quiero que pienses, Sergio, que tengo a Palmas por una ciudad perfecta. Ni mucho menos. Si ésta existiera -que no existe- no sería nuestra Palmas, desde luego. Sabes muy bien que, gracias a la avenida marítima, Palmas de Bardinia, vivió siempre de espaldas al océano. Además, a nuestra ciudad le faltan, por ejemplo, muchos espacios de encuentro, culturales, deportivos, de ocio, como parques, teatros, etc. Pero eso no la convierte en una ciudad incapaz para nada. Eso lo sabía muy bien tu abuela, quien estando en Londres, se dijo a sí misma que en realidad, todas las ciudades son iguales.
Yo, como Dácil, también creo que todas las ciudades son iguales, aunque -afortunadamente- no idénticas. El orgullo que siento cuando miro desde el Teatro y veo la Catedral y los Riscos al fondo me hacen escribirte hoy esta carta para decirte: Hagamos, amigo, un hueco a los que en su lucha diaria nos han precedido y dejemos que los transeúntes sigan su camino.
Nota: Sergio Fuentes narra la historia que enlaza a Dácil Acosta, John Huston y Juan Demóstenes Latines, entre otros, en la novela Hotel Madrid, del escritor Emilio González Déniz.
* Este texto apareció publicado por primera vez en el Blog colectivo Trapera el 8 de agosto de 2004.