¿Qué da la pertenencia o adscripción a un continente: la geografía o la cultura? Si son ambas a la vez, ¿en qué proporción? Son preguntas antiguas, que mucha gente tiene resueltas. La geografía no es una ciencia oculta que no se pueda descifrar, pero tampoco es el único fiel de la balanza cuando andan los pueblos por medio. Y de la cultura, qué decir, si tantas partes del mundo siguen hoy, con acaso pequeñas variaciones, el modo de vida occidentalizado, o, más estrictamente, su variante globalizada desde los centros de difusión cultural y capitalista situados principalmente en los Estados Unidos de América. Hay gente en Canarias que daría un brazo antes de que los tomaran por africanos, se ofenden, se consideran insultados, y así dejan entrever su racismo, pues nada de eso ocurriría si los tomaran por norteamericanos. Hay gente también en Canarias que insisten en que somos africanos y nada más que africanos porque, como dice Viera y Clavijo, “estas islas pertenecen al África” y de allí vinieron los canarios antiguos. Sólo la raíz primera nos definiría, nada de lo que vino después. ¿Quién quiere jugar en Segunda pudiendo jugar en Primera? ¿En qué se diferencia la vida de nuestros jóvenes canarios de la de los jóvenes de Bristol, Parma o Philadelphia? ¿Y de la de los de Ciudad del Cabo, El Cairo o Freetown?
Se oye mucho lo de que tenemos “las mejores playas de Europa” o “el mejor clima de Europa”, etc. cuando la geografía más elemental nos sitúa como islas adyacentes al continente africano. La retórica oficial nos machaca día tras día con aquello de que somos “región ultraperiférica” de la Unión Europea, no de Europa. ¿O acaso la Martinica francesa es también región ultraperiférica “de Europa”? ¿Y Mayotte o Reunión? África siempre como lugar atrasado, lleno de peligros, acaso merecedor de compasión, ¿quién querría compartir su destino con ellos? Dándole una vuelta de tuerca más, ¿qué haremos los canarios con nuestras querencias y vínculos sudamericanos? Son reales, parte viva de nuestra historia y nuestro presente. Geofráficamente estamos lejos pero sentimental y culturalmente es también nuestra región de referencia. Merecemos una política exterior digna de tal nombre y que no se limite a buscar votos por los hogares canarios de toda Venezuela. ¿Por qué la tímida apertura hacia África, nuestro continente, tiene más que ver con nuestros empresarios que con nuestros estudiantes, artistas, trabajadores, investigadores…?
Hace ya algunos años recorrí Turquía de norte a sur, en transporte público, en unas potentes guaguas que cada tres horas paraban en una estación de servicio que eran siempre la misma, a decir de su arquitectura paralela. No importaba que fuera en Estambul, en la Capadocia o en Antalya. En todos lados encontraba uno la misma querencia cada vez que se arrancaba uno hablar con un paisano: “Esto es Europa y nosotros somos europeos. La gente viene aquí pensando que somos un pueblo árabe, atrasado, que va en camello y de eso, nada.” Solía venir acompañada esta conversación de exhibiciones de modernidades que, muchas veces, superaban con creces lo habitual en Europa. Debían superarse, dejar bien claro que aquello era Europa y si había que poner tres aparatos de aire acondicionado en una sala de quince metros cuadrados, se hacía. O si había que poner aparatos de dvd para cada asiento en aquellas guaguas nocturnas en las que atravesábamos el país para ahorrar tiempo. Nunca vi nada ni remotamente parecido en ningún país europeo. Europeo, de lo que se suele considerar Europa, debería decir. Y, sin embargo, como viajero atento, nada me gustaba más que aquella mixtura de identidades continentales que cada rincón encerraba. De fondo, el debate religioso y el conflicto kurdo. No hay país que no debata sobre su identidad constantemente, además de todas las otras cosas importantes. Es falso que el debate identitario, político, se haya clausurado en esta hipermodernidad. Sigue más vivo que nunca: en Estados Unidos, en el Reino Unido, en Alemania, en Francia, en la República Dominicana… También en nuestro archipiélago africano, lleno de hombres y mujeres atlánticos, sudamericanos nacidos fuera de América, europeos del sureste, africanos blancos como tantos otros millones, hispano parlantes de la Macaronesia, ciudadanos canarios del mundo y del siglo XXI.