
El flamante nuevo Consejero de Agricultura, Narvay Quintero, se despidió ayer del Senado agradeciendo al personal de la Cámara el apoyo brindado en sus dos legislaturas como senador, y «especialmente a los intérpretes, porque a veces mi acento canario es difícil de entender».
La verdad, sorprende en Quintero, al que tengo por elegante y trabajador, tamaño menosprecio hacia sus ya excompañeros senadores. Porque si tiene una deferencia especial para con los intérpretes, que al fin y al cabo son lingüistas y sólo están haciendo su trabajo, cuánto más no ha de tenerla para los miembros del Senado. Si los intérpretes lo han tenido difícil para entender a Narvay Quintero a pesar de su formación específica en lenguas, imagínense lo que habrán debido de pasar con el herreño los miembros de la cámara, que no son especialistas. Son ellos los que habrán sufrido lo indecible para desentrañar ese arcano que es el acento canario. Me imagino los sudores fríos cada vez que pedía la palabra el senador herreño; me imagino su ademán atento para esconder que en verdad no se estaban enterando de nada. Fingir dos legislaturas enteras sin que se note… ¡qué esfuerzo titánico!
Quizá es hora ya de que haya intérpretes de canario en el Senado, para aliviarles a sus señorías el mal trago. O, mejor todavía, quizá sea hora ya de buscarles asistencia psicológica a todos aquellos canarios que, como Narvay Quintero, parecen pensar que hablar canario es una desventaja, casi un defecto, que no se nos entiende cuando hablamos. De alguna manera hay que ayudar a todos esos compatriotas a superar sus miedos y sus complejos, a convencerlos de que no tienen que ir por la vida pidiendo disculpas. Hay que traerlos de vuelta a la realidad, mostrarles que si hablan con naturalidad, no hay problemas de comprensión. Hay que sacarlos de la psicosis de que no se les entiende si hablan canario. Todavía estamos a tiempo de salvarlos. Su salud lo agradecerá, y de paso también la de todos.