Decía la semana pasada que cabía preguntarse si nos estábamos deslizando hacia una nueva Guerra Fría, dado el alto nivel de confrontación que se detecta en la retórica de Moscú, Bruselas y Washington.
Ahora bien, en estas líneas voy a intentar esbozar algunas diferencias que creo existen entre la actual situación y la de la guerra fría:
- Impredictibilidad: Durante la Guerra Fría, los servicios de inteligencia, los ejércitos, los movimientos políticos, etc., pensaban y planificaban con años de antelación (recordemos los famosos planes quinquenales de la URSS). En nuestro tiempo, como nos recuerda crudamente lo ocurrido el pasado viernes, a veces no sabemos lo que va a ocurrir al día siguiente. Y esto pasa en el ámbito militar, en el económico y en el político. Una de las razones de esta impredicitibilidad es la
- ausencia de estructura que caracteriza a los nuevos conflictos. Durante la Guerra Fría había dos bloques bien definidos, que utilizaban a sus proxies en momentos determinados para mantener o ampliar esferas de influencia; pero, como decía, este tipo de movimientos de placas tectónicas se producía muy lentamente, y dentro de una lógica y unas reglas conocidas por todos. Este ya no es el caso, porque ahora muchas veces los protagonistas son
- actores no estatales: ya fuera Al-Qaeda hace algunos años, o el Estado Islámico en la actualidad, los movimientos islamistas están sustituyendo a las entidades estatales; en algunos casos -como en amplias zonas de Siria e Irak, incluso geográficamente. Pero es que lo mismo ocurre en el Donbás ucraniano con las autodenominadas «República Popular de Donetsk» y «República Popular de Lugansk». La presencia predominante de estos actores no estatales deja bien a la vista, junto a la volatilidad e impredictibilidad de los nuevos conflictos, que
- los instrumentos internacionales de regulación se están quedando anticuados: tanto la Unión Europea, como las Naciones Unidas, como la Organización para la Securidad y Cooperación en Europa y el resto de organizaciones, organismos y tratados y convenios que emanan de las mismas tienen algo en común: están pensados para ser firmados, ratificados y aplicados por estados. ¿Cómo adaptar todo esto a terroristas islamistas y rebeldes ucranianos? He ahí una cuestión para la que, por ahora, no tenemos respuesta.
Cabe, por tanto, ser bastante cautos a la hora de establecer una comparación entre lo que estamos viviendo y el periodo de la Guerra Fría.