Otras elecciones pasaron y, como en otras ocasiones, se vuelve a escuchar el runrún de la reforma electoral. También como en otras veces, aquellos que pudieron impulsar la reforma de la misma por las funciones que les tocó desempeñar y no lo hicieron, son los que ahora adoptan gesto grave y señalan la urgencia del asunto. Otros se dedican a cuestiones más mundanas: sacar cuentas y ver qué alianzas les reportan los escenarios más favorables a sus intereses. Uno no debe desgañitarse con las valoraciones electorales hasta que se firman los pactos y se sabe finalmente en qué se traduce tanto voto. Sucede entonces que lo que parecían unos buenos resultados en la noche del recuento se acaban convirtiendo en algo testimonial, si no se sabe pactar y llegar a acuerdos con las otras fuerzas. Y siempre hay quien, con poco, sabe hacer mucho. Eso también es la política, guste o no guste. La vieja y la nueva.
Los grancanarios, y creo que también muchos canarios de las otras islas, nos alegramos de la victoria clara de Antonio Morales al Cabildo. Más de cien mil votos avalan al agüimense. Es un apoyo sólido, contundente. Ahora bien, numéricamente, es más que probable que haya que llegar a acuerdos que contribuyan a la estabilidad de los próximos cuatro años. En eso andan, supongo. En mi opinión, Morales debiera atarse lo menos posible y gobernar en minoría, buscando siempre el consenso mayoritario, como es marca de la casa en aquellos aspectos puntuales para los que sea necesario. Si esto no fuera posible, tampoco es mala cosa pactar con PSOE y el apoyo solitario y testimonial de CC. Estos últimos no representan lo mismo que en Tenerife y tampoco significarían ningún viraje a la derecha ni nada parecido. Cualquiera que sea la fórmula definitiva, nada nos quitará la alegría de ver cómo la derecha españolista del PP e ínsulo-españolista de Unidos por Gran Canaria pasan cuatro años de sequía, pagando por sus pecados. Y si son ocho años, mejor todavía.