…No sabía qué contestar… No lo supe en aquel momento, ni tampoco lo sé ahora… Lo único que sé con certeza es que cuando más viva me siento es cuando estoy sobre el escenario, con los focos sobre mí y todos y cada uno de los presentes pendientes del movimiento de mi cuerpo semidesnudo. No era el sitio que había soñado en el que mostrar mi talento, pero a veces pienso que el destino se burla de nosotros y de nuestros sueños, y nos hace arrastrarnos y suplicarnos ante él para recordarnos que él está ahí, y que hay cosas que están escritas, hagamos lo que hagamos. Y mientras pensaba esto, observaba la alianza que aquel desconocido había puesto en mi dedo, prometiéndome que me cuidaría y me sacaría de aquel antro al que cada noche iba a verme bailar. Podía cerrar los ojos, imaginar una vida mejor, siendo una mujer mejor, casada, con hijos, con un marido que me quería…; incluso con perro… Pero en unos segundos me asfixiaba, no podía respirar, quería gritar y llorar… ¿Pero qué esperaba de la vida?. ¿Acaso pensaba que siempre iba a ser joven y bella e iba a poder hipnotizar a mi público con cada una de las curvas de mi cuerpo en movimiento?. Me llamaban “La Serpiente”, porque me movía suave y sigilosamente, porque los envenenaba, decían, con mi belleza, porque les parecía misteriosa, indescriptiblemente poderosa e inalcanzable… Y yo solo sentía en ese momento, en el momento en el que sonaba la música y mi cuerpo danzaba… Cerraba los ojos, y me sentía amada, admirada, deseada… Ahí todo adquiría sentido, la vida tenía un sentido, y no quería que acabara. Los clientes aplaudían, gritaban de euforia, me piropeaban…, y para mí, no existía nada mejor que bailar siendo observada con lo que yo imaginaba que era admiración. De pequeña quise ser bailarina, pero no pude estudiar como mis amigas y no supe elegir el camino. O quizá fue el destino, ese destino que se empeña en que sea una chica triste y no pueda conformarme con una vida normal, con un trabajo normal, y un marido normal… Pero al bajar del escenario, cuando la música acababa y mi cuerpo paraba de moverse al son de la música y de convulsionar como poseída, todo dejaba de tener sentido otra vez. Y la soledad, la tristeza, la depresión, la oscuridad…, se apoderaban de mí. Día tras día siento lo mismo, y ahora este hombre quiere que me case con él… No sé qué pensar… Me volveré loca de tanto pensar… Vértigo, locura, una montaña rusa… ¡Eso es lo que siento cuando danzo ante toda esa gente!, y es lo que, sin duda, necesito sentir con un hombre. Todavía recuerdo aquel chico que una vez se acercó a mí para decirme al oído que le parecía una obra de arte, la más hermosa obra de arte de un Museo. Me lo susurró suavemente, fue como una caricia, y me miró a los ojos atravesándome de lado a lado como una flecha ardiente… Eso es lo que quiero sentir, lo que necesito sentir… No lo sé, debo pensar. Ya hablaré con él y le explicaré qué me está ocurriendo, no me parece justo que esté esperando por mi respuesta, pues esta incertidumbre puede durar eternamente. ¿Y si me enamoro de él y me hace sentir lo que sentí durante un instante por aquel chico, lo que siento al bailar delante de todos esa panda de babosos?… Es lo que necesito… Quizá le diga que sí y lo intente… No lo sé. Voy a ensayar un rato el espectáculo de esta noche, necesito sentirme libre o me volveré loca…