Iba ayer caminando por Vegueta camino de un familiar cuando me encontré con un viejo conocido. Hacía más de diez años que no nos veíamos. Tras un saludo afectuoso, nos pusimos rápidamente al día. Su pequeña empresa se había venido abajo con el «tsunami bancario», me dijo. Los bancos habían dejado de aceptar pagarés, querían dinero contante y sonante. Tras nueve años sin problemas de impagos, las entidades bancarias (aquella con la que trabajaba y las demás a las que acudió a pedir ayuda) estrangularon su pequeño negocio en tan solo unos meses. Con la pérdida de ingresos vinieron las tensiones en casa y, más tarde, la ruptura familiar. Con 50 tacos y algunos años en paro, se mostraba pesimista con respecto a la posibilidad de volver a encontrar trabajo en un próximo futuro.
La conversación me dejó bastante mal sabor de boca y me trajo a la mente numerosos casos que conocía o me habían contado. Una pareja que no podía seguir pagando la hipoteca, un padre soltero que apenas alcanzaba para pagar el alquiler… Por desgracia, podría seguir. Y ustedes también.
Les confieso que pensando en todo esto no pude evitar que me hirviera la sangre. Y no puedo evitar pensar que la afirmación de que vivimos del turismo es -además de una batata- enormemente tóxica . ¿Vivimos? ¿Quienes?. En Semana Santa tenemos récord en ocupación hotelera y seguimos teniendo también récord en desempleo, en empresas que cierran, en empleo precario y en pobreza infantil. Y vivimos del turismo, dicen.
Frente a este modelo caduco de más turistas y más hoteles, que algunos siguen preconizando, hay un modelo de desarrollo mucho más razonable que pasa, no por construir más, no por ocupar más suelo, no por traer más gente o por hace más pistas de aeropuerto, sino por renovar la planta alojativa ya existente, por trabajar para que más dinero del binomio turismo-construcción se reinvierta en Canarias en planes de formación y en I+D+i. Y pasa también por invertir de forma prioritaria en energías renovables.
Sí, en energías renovables. Tenemos unas condiciones excepcionales para romper el círculo vicioso de importación de combustibles fósiles potenciando las producciones éolica, solar, maremotriz y geotérmica. Esa posiblidad la tenemos en nuestro país al alcance de la mano, como demuestra la experiencia de la Mancomunidad del Sureste, en Gran Canaria.
De este modo, no solamente contribuiríamos a la reducción de emisiones de CO2, sino que ahorrariamos una gran cantidad de dinero (al no tener que importar tanto combustible fósil), que podríamos invertir en creación de empleo de calidad.
Desde luego, un cambio de paradigma desde el modelo de dependencia que prima en nuestra economía a uno donde se dé prioridad a la soberanía energética no se consigue de la noche a la mañana. Pero cuanto antes empecemos, mejor.