«Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde dice lágrima ni confundirá revolver con revólver»
Gabriel García Márquez
Me encanta la palabra golosina. Recuerdo comprar una bolsita en el Estanco Paco situado en una de esas casas de colores del Barrio Salamanca. Siempre elegía regalices rojas con picapica y pastillas de goma envueltas en azúcar. Por eso, me sorprende que muchas personas no tengan aprecio por esta bonita palabra.
El otro día organizaban una fiesta en la guardería del niño y la profesora me indicó con cariño las instrucciones.
– Véntor tiene que venir disfrazado con los accesorios marcados con su nombre, ¡ah! Y puedes traer algunas chuches, galletas o gusanitos.
¿Chuches pensé? ¿En qué momento se empezó a decir chuches? Últimamente también he escuchado en demasiadas ocasiones hablar de palomitas en lugar de cotufas y en el parque, niños y niñas ya no juegan a la cogida sino al pilla-pilla. Trato de luchar a mi modo contra estas palabras globalizadoras inventando juegos, así Véntor no se olvidará de las voces mágicas que nos hacen ser.
Seguro que muchos de ustedes me dirán que todo esto es una cuestión de evolución en el lenguaje, de nuevos tiempos e incluso, me tratarán de vender la modernidad como excusa. Pero no es así, si queremos hablar de nuevos tiempos me encanta adaptarme con expresiones como wasapear, tuitear o subir a la nube. Esos son nuevos tiempos, decir chuches es solo copiar a la masa.
Considero que tener voz propia es hacer literatura de la buena, contar historias con acento, dirigir películas con otros gestos. A mi me lo enseñaron de chica al decirme «Aquí se come carne de cochino, no de cerdo».
Recuerdo una discusión con un compañero de trabajo empeñado en convencerme de mi incorrección al decir la palabra naranjero. Yo le contaba que en nuestras huertas habían naranjeros, durazneros, guayaberos, nispereros y aguacateros, tratándose de una herencia portuguesa. El «ero» en los árboles frutales sonaba como un eco mágico, como un modo especial de verlos, olerlos y saborearlos. Umm esos duraznos dulcitos los conservo en algún lugar de mis recuerdos. A mi compañero no le importaban esas precisiones de la memoria, él seguía empeñado en estar en lo correcto al decir naranjo.
Me gusta la palabra golosina porque construye acentos que nos mantienen vivos. Yo quiero seguir viva.