Cuando este artículo vea la luz, habrán pasado ya algunas horas desde que haya emitido mi voto en las elecciones primarias de Podemos al Parlamento de Canarias y al Cabildo de Tenerife. Ha sido una decisión largamente meditada, en la que he buscado combinar la coherencia entre mis ideas y un ejercicio realista de las posibilidades al alcance de mi mano. No estoy seguro de haberlo conseguido.
Me inscribí hace unos meses en la página de Podemos sobre todo ávido de conocer fórmulas que pudieran servir de inspiración para un hipotético referéndum sobre las prospecciones petrolíferas. ¿Se acuerdan? Una vez, los canarios nos atrevimos a imaginar que éramos adultos y no necesitábamos ir de la manita de nadie. Jamás me interesó participar en ninguna votación interna de Podemos porque siempre los he visto como un cuerpo extraño con el que tal vez hubiera que relacionarse pero con el que jamás me iba a identificar. De fondo, el tremendo escepticismo que me sigue provocando la aparición de Podemos en Canarias y especialmente en la isla de Tenerife, donde ya existía una experiencia de organización popular de inspiración similar en el marco de la izquierda canaria y que, a mi juicio, hacía totalmente innecesaria la importación de la marca podemita. Me refiero obviamente a Sí Se Puede. También me parecen totalmente inoportunos en Lanzarote. En Gran Canaria, afortunadamente, está Antonio Morales.
Sin embargo, hace unas semanas empecé a valorar la conveniencia de apoyar en las primarias de Podemos-Canarias y Podemos-Tenerife a aquellos candidatos y candidatas que, a mi juicio, fueran menos proclives a entregar el capital acumulado por la izquierda canaria en un proceso de sucursalización que, a ratos, se adivina imparable. ¿Valía la pena hacer un último esfuerzo para que la izquierda canaria, sus propuestas y contenidos propios, no se diluyeran entre los encantos de la marca, encuestas retocadas, persecución alocada del éxito, etc. y los programas e intereses de otros?
Sigo sin tenerlo claro, pero lo hice. Me armé de paciencia y fui anotando los nombres de aquellas personas que, a priori, pensaba que podían ser más favorables a conservar la personalidad propia de los proyectos canarios y a atemperar el sucursalismo en cualquiera de sus expresiones. ¿Iluso? Marqué luego uno a uno sus nombres en la aplicación a tal efecto en la página oficial de Podemos. No eran tantos. Mientras lo hacía, no dejaba de pensar que estaban en el sitio equivocado, que mejor harían en dedicar sus esfuerzos a seguir construyendo una vía canaria propia y no a allanarles el camino a otros. Que al que cambia camino por atajo, nunca le falta trabajo. En fin, alguien pudiera decir que soy yo el equivocado.
Una vez acabado el proceso me asaltaron nuevamente las dudas. ¿No era el mismo hecho de participar un apoyo velado a la implantación de una marca que considero absolutamente innecesaria y hasta dañina en las islas? ¿Qué sentido tiene participar en las primarias de un partido sobre el que tantas dudas tengo y al que jamás votaría en islas como Gran Canaria o Lanzarote, y en Tenerife ya veremos? ¿Cómo se me quedaría el cuerpo si, gane quien gane en las primarias, en unas semanas, por ejemplo, Sí Se Puede abandona definitivamente su nombre para abrazar plenamente la identidad Podemos, convirtiéndose ya irremediablemente en la sucursal canaria, o al menos tinerfeña, del partido español? ¿Habré contribuido yo también a la eterna infantilización de la izquierda canaria, después de todo? ¿Nunca andaremos solos y erguidos, sino siempre de la manita de los españoles?
En fin. Ya está hecho. Que sea para bien. Cuando todo esto pase, algunos seguiremos insistiendo en la necesidad de que los canarios pongamos en pie nuestras propias experiencias, por nosotros mismos, sin tutelas. Tal vez esto no sea sino el nivel de contradicción que todo ser humano debe asumir. Decía Jorge Riechmann que “en los parlamentos burgueses, sólo podemos ser extranjeros”. Yo digo que “en las organizaciones españolas, siempre seremos subalternos”. Veremos qué ocurre.