Cuando viajo por la autopista del norte trato siempre de disfrutar de lo verde de las viñas de las medianías, del mar bajo el vértigo de las montañas. Me gusta después descubrir el Teide entero, solitario, perfecto. Siento felicidad al pasar por el mural del guanche de La Matanza. Será porque siempre mis padres exclamaban «Miren niños ese es el Guanche de Acentejo, el que venció la batalla…»
Y aquí estoy hoy, en el mismísimo mural del bucio, en la ladera del barranco oliendo una mezcla de hinojo, tederas y pinturas. Después de 30 años lo están restaurando alumnos de Rogelio Botanz, alumnos que desde pequeños han sido guiados a aventuras pegadas a esta tierra.
– Yo estoy aquí porque es una cosa del pueblo, cuando tenga más edad podré decir, yo estuve allí pintando el guanche. Me dice José David con una combinación de timidez y orgullo.
Está también David Guijarro, uno de los que hizo el primer mural, se presenta como un chico que fracasó en el sistema escolar, siendo Rogelio para él su esperanza a los 15 años. – Rogelio venía por nuestras casas y decía ¡venga! ¡vamos a hacer algo!. Me animaba con miles de ideas, de allí surgió montar un museo de arte y costumbres tradicionales canarias en la Matanza, hacer este mural… Es una persona muy especial que me indicó un camino que supe elegir, soy lo que soy hoy en día gracias a él.
Dani se acerca a la conversación, está acabando con malas hierbas del barranco que impiden ver el mural desde la autopista. Me explica con detalle que se quedó sorprendido cuando solo tenía 6 años y vio a Rogelio junto a sus lanzas gigantes. -El concepto de dar clase era súper diferente, porque Rogelio no solo se basaba en lengua y matemáticas, sino en música y arte. Para mi Rogelio es un hermano, un padre… Además de enseñarme música, salto del pastor, silbo…, nos engancha para todo, nos mete en todos sus inventos. Ahora estamos aquí con la brocha, mañana silbaremos, cantaremos o tocaremos los tambores.
Se percibe el aprecio del pueblo de La Matanza de Acentejo por este vasco que entiende el ser maestro como un privilegio inmenso, comparable al de una comadrona que atiende un parto. Está convencido que el aprendizaje lo construimos los seres humanos a partir de lo vivido. Por eso, enseña las notas musicales con un tajaraste o las sílabas a través de los antiguos romances.
Un hombre que se construyó una armadura para representar en el mismísimo Barranco de Acentejo la derrota de los conquistadores. Un maestro que todo lo quiere aprender, que todo lo enseña cantando en su aula chiquita.
Y es que en la escuela se debe de hablar de todas esas cosas con las que sueña Botanz. Gracias maestro.