Vivimos en un mundo con unos 400 millones de hablantes del español, en donde más del 90% no distingue fonológicamente entre la «z» y la «s». En donde los rusos y los chinos montan televisiones en nuestro idioma, que priorizan las hablas meridionales, seguramente por ser las mayoritarias. Esas hablas son las que se escuchan en cualquier calle de Nueva York y se estudian en Brasil, las que más crecen.
En cambio, en ese mismo mundo siempre puede haber alguien que venga a Canarias y te diga que su modalidad, la que distingue fonológicamente entre «z» y «s», se llama «acento neutro«. Con lo bueno, o mejor, que debe ser eso.
Vivimos en un mundo globalizado, con miles de penínsulas, esas extensiones de tierra rodeadas de mar por todas partes menos por una. De la Isleta a Anatolia (que no al Muelle Grande) y de Jandía a Yucatán, se reparten accidentes (geográficos) por todo este orbe interconectado.
Aun así, en ese mismo mundo, siempre habrá alguien que te corrija cuando desde Canarias le llames España a España, aclarándote que eso de lo que hablas se llama «la península» o, más recientemente, «península» a secas. Aunque te refieras a las islas Baleares, que son ínsulas; y siempre y cuando no hables de Portugal, aunque esté en esa misma península. Los oriundos de esas tierras, por ende, se llaman «peninsulares«, nunca de otro modo, considerándose insultante usar como gentilicio vocablos que procedan de un dialecto que no sea «el neutro».
Vivimos en un planeta hiperconectado, con dos docenas (o más, como el de Venezuela) de husos horarios. Para conseguir ponernos de acuerdo, en este planeta abierto, usamos como referencia la hora del meridiano de Greenwich, ciudad que, hasta que José Manuel Soria no se salga con la suya, sigue estando en Inglaterra.
Sin embargo, siempre puede haber alguien que venga a Canarias a decir que tenemos «una hora menos» y, con un poco de desgracia, puede que te cuente un chistito al respecto. Lo dicen, tenlo en cuenta, porque la comparación debe hacerse siempre con «la hora peninsular«, que no es la de Jandía, ni la de Anatolia, ni la de la Isleta, ni la del Yucatán. Ni tampoco la de Portugal, que está en «la península», pero, como dijimos, no se le considera.
Es muy probable también que ese mismo alguien, o uno igualito, le diga a usted, como reproche, «nacionalista», «cerrado» u «ombliguista». Frente a ellos, que se reclaman «ciudadanos del mundo». Y fíjese si lo hay que hemos aprendido a no agotarnos llevándoles la contraria. Porque es preferible convencerse de que hay mundos muy chiquititos.