Leo en el ABC que en Tarragona se pretende vetar los souvenirs de sevillanas y toros. Como no me fío un pelo, sigo leyendo más allá del titular y me entero de que lo que se intenta realmente es que en la parte más visible de la tienda, sólo se muestren objetos dedicados “a la promoción turística de la ciudad y difusión de sus valores culturales y patrimoniales”. No se trata como intenta hacer creer el forofo que eligió el titular de una persecución de señas de identidad españolas (si es que lo son) sino de un reajuste necesario ante tanto pastiche y una promoción de lo propio. Tampoco estamos ante un caso de ataque a la libertad de comercio, algo por otra parte bastante regulado en muchísimos aspectos. Una pena que en la noticia se pase por encima de los intentos de potenciar una marca Tarragona independiente de la todopoderosa Barcelona, que tiene una proyección internacional tal que hace que en las tiendas de souvenirs tarraconenses triunfen los imanes de la Sagrada Familia antes que la producción propia. Esa dialéctica no contribuye a sostener la idea de Cataluña como una comunidad autónoma donde se persigue lo español y no hay más conflictos que ése.
Pero, volviendo a nuestro país, en Canarias padecemos del mismo problema sin que, al menos en mi conocimiento, haya habido intentos de regulación parecidos. Uno recorre cualquiera de las zonas turísticas y acaba harto de la saturación de trajes de faralaes, sombreros mexicanos, por no hablar de las camisetas de fútbol de cualquier equipo no canario. ¿Sabrán los turistas ingleses que Ayose y Silva son de aquí? No sé si seguirá ocurriendo pero hasta no hace mucho, uno iba a la Cruz de Tejeda y parecía que estaba recorriendo el Perú andino, tal era la abundancia de ponchos, mantas, gorros y demás parafernalia de aquellos lares, convenientemente adornadas con dibujos de llamas y flautas quenas. Tampoco hace falta subir a la Cumbre para adquirir estos productos, por cierto, que siempre están muy bien representados en cualquier feria de artesanía canaria que se precie. Uno camina por el casco de Candelaria y es imposible encontrarse con un menú de comida canaria que echarse a la boca o con el que brindar a un turista: restaurantes italianos, franquicias españolas, paellas pre-cocinadas, sangría,… ése es el menú en un lugar tan simbólico para nuestra cultura. Abundando en el asunto: jamás he visto guiris en ninguna luchada; tampoco en ningún guachinche. Pasan quince días en Canarias y ni se enteran de que existen. La cosa se pone seria cuando uno va a la tienda del Museo Canario y se encuentra con unos trajecitos ibicencos monísimos pero que están obviamente fuera de lugar. Espero que Inés Rojas trate esté tratando este asunto con el Dr. Chil en sus reuniones.Es verdad que también hay intentos de ofrecer al visitante recuerdos que puedan ser considerados canarios con propiedad, aunque muchas veces se entongan entre camisas amerindias, claves cubanas y cactus mexicanos, reflejando de alguna manera la inconsistencia de la reflexión sobre la identidad canaria que padecemos. Cuando nuestras señas de identidad salen por la ventana, por la puerta entra el souvenir macdonalizado en nuestra peculiar variante pseudoamericana.
No soy partidario de prohibir en estas cuestiones. Creo que, como todo lo relacionado con la pedagogía, siempre es más conveniente discutir, compartir análisis, negociar y hasta seducir. En una hipotética reunión entre responsables municipales y los comerciantes del sector pienso que saldría ganando por goleada la convicción de que ofrecer productos turísticos genuinos, locales, sólo trae beneficios para todos. Fomenta la mayoría de las veces la producción de la zona, o “kilómetro cero”, como se dice ahora; promueve una imagen ajustada y positiva de la riqueza cultural propia; ofrece al que nos visita una experiencia real y no una farsa que nos devalúa como destino. Por último, y no por ello menos importante, representa un respeto y una estima por nosotros mismos que está en la base de una relación interpersonal e internacional de calidad y digna de tal nombre. No es posible entregar mejor recuerdo que ése.