A cuentas de la imposición de las prospecciones de petróleo en nuestras aguas ha cobrado auge el viejo debate sobre el trato colonial que España dispensa a Canarias. «Nos tratan como a una colonia», repiten muchos, empezando por el presidente Rivero. «Es que somos una colonia», responden otros, los menos, casi siempre desde sectores independentistas.
El debate sobre si Canarias es o no una colonia debería, creo, estar superado. Si usted ve algo con forma de mesa, que se emplea a modo de mesa, fabricado con materiales propios de una mesa, lo más probable es que lo sea.
Desde el punto de vista semántico, Canarias se adapta a la perfección a la definición que, en su tercera acepción, da la RAE para el término «colonia»: «Territorio fuera de la nación que lo hizo suyo, y ordinariamente regido por leyes especiales«. Llámese REF, trato diferenciado de Región Ultraperiférica o como quieran. Desde el punto de vista histórico, además, Canarias es un territorio que sufrió un proceso de conquista y colonización en el siglo XV, como narra cualquier manual. Como quiera que no ha habido un proceso de descolonización, lo que resulta es una colonia.
Ahora bien, lo que sí me parece interesante es dilucidar qué tipo de colonia somos y hacia cuál vamos. Me explico: una colonia fue, por ejemplo, el Congo Belga, considerada posesión personal del rey Leopoldo II, donde los europeos arrasaban por el caucho y el marfil, donde se intercambiaban mujeres y niños por materias primas, se amputaban las extremidades de los nativos con enorme facilidad, estaba extendido el uso de la ‘chicotte’ y se calcula el exterminio de unos 10 millones de personas. Pero también es una colonia el actual Gibraltar, con sus ventajas fiscales, su amplio autogobierno, su alto nivel de desarrollo económico y, quizás por ello, con una población que prefiere mayoritariamente seguir siendo británica. Más allá del ideal anticolonial que muchos compartimos debemos convenir que las condiciones materiales y morales de vida son decisivas al tratar estas cuestiones.
Las características ambientales y geológicas de las islas Canarias hicieron que, desde aquella conquista y colonización de siglo XV, este Archipiélago tuviese mayor valor geoestratégico que por lo que aquí se extrajese o produjese. Por nuestro origen volcánico y reciente, no tuvimos la desgracia -obviamente, desgracia- de naciones conquistadas poco después, como México o el Perú, que, por sus abundantes minerales preciosos, fueron sistemáticamente saqueadas por el aparato colonial y sus poblaciones nativas explotadas de modo masivo mediante trabajos forzados y penosos.
Pero tampoco convenía a la metrópoli dejar a estas islas «de la mano de Dios», desatendidas hasta su posible despoblamiento, como ocurría con amplias regiones de América, porque todas las potencias de todas las épocas habrían estado deseosas de ocupar un archipiélago casi en pleno centro del océano que atraviesa el mundo, en medio de las rutas trasatlánticas.
Supongo que esa es una de las principales circunstancias que motivaron la articulación de un colonialismo propio para Canarias, que ha permitido que, siendo una de las primeras colonias del mundo, hoy seamos de las pocas últimas. La libertad de comercio con América o la aduanera de los puertos francos son algunas evidencias de ese «pactismo» histórico entre España con, no tanto las islas, sino sus élites económicas, a las que la metrópoli, estratégicamente, ha tratado de mimar.
Ahora bien, nos encontramos con que en pleno siglo XXI se intenta colocar en las islas una industria extractiva de hidrocarburos, como la que planean Repsol y el Gobierno español, con la oposición mayoritaria de la sociedad y las instituciones canarias. Esto no hace que empecemos a ser una colonia. Pero sí que se intenta cambiar, unilateralmente, la relación colonial que, mejor o peor, ha mantenido vinculado a este archipiélago respecto a su metrópoli. Quieren que nos convirtamos en una colonia de expolio de materias primas, pura y duramente. Que una multinacional machaque nuestro fondo marino, extraiga un recurso valiosísimo en términos económicos y no deje nada en el país, más allá de los bocadillos que puedan encargar sus operarios. Quieren hacerlo sin permitir que la población autóctona sea consultada, sin que su opinión sea tenida en cuenta. Y, quizás lo más grave, están decididos a hacerlo poniendo en riesgo nuestro modo de vida, nuestro medio ambiente y nuestra subsistencia, que depende del agua de mar desalada. Quieren implantar el peor de los colonialismos.
Realmente, el independentismo canario no es hoy por hoy un problema para España, pero es seguro que este cambio radical, impuesto y altanero del vínculo colonial traerá consecuencias graves para la relación de nuestro país con aquel Estado. Tampoco era un problema muy importante el independentismo catalán hace apenas 6 años, y miren cómo están las cosas. Y comparado con la imposición y el peligro que supone la extracción de petróleo en nuestras islas, lo del ‘Estatut’ queda reducido a una tarde en el SPA.
Esto mismo ya pasó en Escocia, donde la aparición del petróleo y el posterior grito de «el petróleo es de los escoceses» espoleó al independentismo de ese territorio respecto al Reino Unido. Y no está más cerca Londres de Edimburgo que Madrid de Tuineje. Además, de haber petróleo, se caería a trozos uno de los falsos pero utilísimos mitos que afianzan al españolismo en Canarias: la idea incierta pero extendida de que España nos mantiene. ¿Podría continuar ese espejismo si hubiese aquí petróleo para abastecer a 4 millones de personas -el doble de la población canaria-, como dice Soria, y nos obligaran a extraerlo?
Siempre habrá quien piense que nos mantendremos fieles a España por motivos sentimentales. Pero como hemos dicho, las condiciones materiales y no los sentimientos son las que suelen marcar este tipo de procesos. Y si de sentimiento se trata, en Canarias tenemos el menor espíritu de pertenencia a España del Estado, tras Euskal Herria y Cataluña, según el CIS español.
Pasa que los niveles de corrupción y rebenquismo de quienes nos gobiernan les impiden observar incluso el devenir histórico de nuestro pueblo. Van los peperos defendiendo las prospecciones al mismo tiempo que la españolidad de Canarias, cuando su trabajo a favor de una multinacional terminará teniendo las consecuencias contrarias, especialmente de encontrarse petróleo. Quién sabe. Si no fuese por lo impresentable del individuo, podríamos terminar erigiendo a Soria como prócer de la Patria.